Capítulo 4: Mi muñeca de la suerte Nina

41 14 27
                                    


Me encontraba tranquilamente en el jardín de mi casa, junto al trastero. Me entró la curiosidad por saber más acerca de mi abuela, quien murió cuando teníamos unos 9 años.

El trastero, aunque pequeño, sin lugar a dudas estaba repleto de trastos viejos e inútiles de gran valor sentimental que allí eran encerrados, bien porque evocaban tristeza, o simplemente porque eran molestos y no había sitio donde ponerlos.

Ropa vieja de los abuelos, trofeos de mi padre que por alguna razón oculta, una copa de plata de un torneo de billar... Una copa de plata de un torneo de billar. ¿Papá sabe jugar al billar?

Sin embargo, lo que me llamó la atención fue una extraña y preciosa muñeca.

Soy de esos que aun sabiendo que una muñeca de porcelana no es más que un pedazo de plástico con aspecto humanoide, no las quiero cerca ni de lejos. Bastante mal rollo me daban cuando me quedaba a dormir en casa de la abuela y sentía que me miraban en la oscuridad mientras dormía. Pero sentí que esta era algo más, en cierto sentido era... ¿Cómo decirlo? "Diferente" creo que sería la palabra correcta.

Estaba sentada en lo alto de una estantería, con sus pies colgando y la cabeza ligeramente mirando hacia abajo, como si me observara en silencio desde arriba. Esperando.

Sus ojos verdes finamente detallados, su blanca piel, su enigmática sonrisa casi diabólica, su vestidito blanco todo cubierto de polvo... Era como si se alegrara de que alguien hubiera por fin entrado a este lugar. Sentía la extraña sensación de que realmente estaba viva y que quería hablarme, decirme algo.

—¿Y esto?

La cogí y la bajé de la estantería. Todavía en mis brazos, soplé un poco y la sacudí con mi mano para quitarle el polvo y las telarañas.

—Ciertamente es bonita. ¿Esto es de la abuela? Juraría que nos deshicimos de todas las asquerosas muñecas de porcelana que tenía. Aunque... no parece estar hecha de porcelana, sino de algún material similar a la piel humana. ¿Fieltro? No, y tampoco el tacto es de trapo.

La coloqué justo enfrente mía, haciendo contacto visual. Mi vista frente a la de ella.

—Oye, preciosa, ¿cómo llegaste allá arriba? Eres muy traviesa.

Meneándola, levantándola al cielo y bajándola como a una niña pequeña, reí mientras me preguntaba a mí mismo:

—¿Cuánto costará si la vendo al anticuario del centro? Es preciosa.

No quería mentar la afición de mi abuela, pero su hobby sin duda era cuanto menos inquietante, perturbador.

Por alguna razón, sentí que los ojos verdes de la muñeca brillaron de un color rojo sangre, como quien lanza una maldición.

—Me lo he imaginado, ¿verdad? Sí, por supuesto que te lo has imaginado, Tomás. Es solo una muñeca.

"Es solo una muñeca", nunca creí que pudiera estar más equivocado en mi vida.

Tras darme un paseo con ella en bici, llegué al anticuario y recibí un buen dinero a cambio. Nada mal, la verdad.

Sin embargo, cayendo la tarde, un pensamiento de culpa me rondaba la cabeza. Ese probablemente era el único recuerdo de la abuela aparte de las fotos del álbum y los vídeos de cenas familiares. Había cogido y vendido esa misteriosa muñeca sin decirle nada a nadie, ni siquiera lo consulté con papá o mamá.

Con esta espina clavada en mi corazón, cogí mi bici y partí en dirección al centro para pedirle a Antonio, el dueño del anticuario, que me la devolviera.

NinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora