Capítulo 2: El perrito caliente

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Una salchicha coloreada con ketchup y mostaza.

Suavemente colocada sobre un pan de trigo con ensalada fresca decorada.

—Un perrito caliente, 1,98 €.

Estaba en mi camino de vuelta del parque donde había quedado con mi amigo Kevin.

Atraído por el majestuoso olor del perrito caliente mostrado, compré uno sin vacilar, ya que tenía un poco de hambre de todos modos.

Por alguna razón, la chica del puesto se sonrojó mientras ponía el perrito caliente en una bolsa para llevar, a saber qué pensamiento pervertido pasaba por su cabeza.

Escuchando sus palabras "Gracias por su compra" detrás de mí, seguí mi camino.

Poniendo la bolsa del perrito caliente en la cesta que hay delante de mi bici, estando a punto de conducir a casa caí en la cuenta de algo. Me saltó un pensamiento, llámenlo una visión: que si llevaba el perrito de esta forma, mi hermana menor Silvia no se quedaría tranquila al respecto.

Imaginé a mi hermana estando tumbada en el sofá del salón, oler la deliciosa esencia del producto de sucedáneo cárnico hervido en agua salada, despertar su bestia espiritual y abalanzarse sobre mí para hacerse con el sabroso manjar, iniciando una lucha feroz entre hermano mayor y hermana menor.

Definitivamente ella querría ese perrito caliente.

Era ella después de todo.

Incluso si no lo compartía con ella, seguro diría "Ya que estás me podrías dar un cachito", con una expresión triste en su cara como el Gato con Botas, mientras lloraba maullando.

—Ella es una bebé llorona de verdad.

Murmurando eso para mí mismo y dejando escapar un suspiro, dejé el perrito caliente en la cesta de mi bicicleta, regresé a la tienda para comprar un perrito caliente para mi hermana también.

Apuesto a que sería feliz también con algo pequeño como una piruleta.

Mientras me la imaginaba celebrando levantando los brazos al grito de "¡Yay!" con una gran sonrisa en su cara, regresé a mi bicicleta, pero...

—Mpf, mpf, mpf...

¿Qué fue eso?

Al parecer, alguien estaba tranquilamente comiendo un perrito caliente al lado de mi bicicleta.

Al mirar en la cesta, reveló solamente la lamentable bolsa vacía de la tienda, sin ningún rastro del perrito caliente.

¿A dónde se fue mi perrito caliente?

Me acerqué sorprendido a mi bicicleta y una vez más miré a la extraña persona que seguía comiendo el perrito caliente. Mi perrito caliente.

¿Tal vez era una extranjera?

Brillante pelo plateado.

Piel blanca como la nieve.

Grandes pupilas rojas como un rubí.

Rasgos faciales y un pequeño físico frágil que me recordaron a una muñeca francesa.

La sudadera con capucha gris que llevaba era demasiado grande para ella, tal vez la talla no era la correcta. Hasta estaba parda.

Ella podría ser uno o dos años más joven que yo.

Parecía tener unos 15 o 16 años.

Una chica de ojos carmesí y pelo plateado.

En mi cabeza recordé la palabra albino.

—Delicioso.

La chica albina estaba disfrutando del perrito caliente con una linda sonrisa en su rostro.

NinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora