Capítulo 8: Manual de cómo lidiar con una tsundere

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¡Qué traición! Hasta sentí lástima por él. Aunque esto se veía venir a 20,000 leguas. Kevin no le prestó atención a la traición y gimió "¡Qué emoción!"

—Repugnante... —espeté.

Entonces me miró a los ojos de repente, emitió una seductora sonrisa y se acercó directamente a mi escritorio, pasando de los demás. Entonces me miró de cerca a los ojos y dijo:

—Tú, me gustas. Conviértete en mi esclavo.

En cuanto dijo eso mi corazón dio un vuelco.

Por alguna razón, sus preciosos ojos parecían tener un poder hipnotizante que haría imposible a cualquiera negarse. Pero, ¿y qué? Yo era el gran Tomas.

—¡No hay manera de que el gran Tomas se vuelva un esclavo!

Le di una palmada en el hombro a Kevin y le dije:

—Qué afortunado eres, tío. Quiere que seas su esclavo.

—¿Eh? ¿Yo? ¿Segura que me quieres a mí?

—¡Por supuesto que no, estúpido! ¡Me refiero a él! ¡Él!

Los chicos por alguna razón murmuraban "qué afortunado". ¿Soy el único que está bien de la cabeza en este mundo?

Ella rechazó y silenció a Kevin. Luego gritó señalando con el dedo a mi persona. Ante eso, yo desvié la mirada y respondí:

—Tomás no se encuentra en clase. Deje su mensaje en el buzón de voz cuando oiga la señal. Beep.

—¡Estás justo enfrente de mí!

Profesora de historia, ¿no debería hacer algo al respecto? Comprendo que esté tan sorprendida como nosotros por semejante teatro que hemos montado, ¿pero podría poner fin a todo esto?

Espera, ¡¿se está comiendo una puta manzana?!

—He dicho que no estoy, así que no estoy. Por favor, si tiene asuntos conmigo, deje su preferencia en hombres después de la señal. Beep.

—¿Q-qué estás haciendo?

No le respondí a la ya de por sí perpleja estudiante, levanté la mano y solté otro "beep", el cual la dejó más descolocada que un maniquí que se había ido de fiesta. Entonces...

—Mmm... Yo prefiero un hombre que me adore... ¡Espera, ¿qué me estás haciendo decir?!

La estudiante de intercambio se puso roja y se enojó. Acerté, es del tipo que son fáciles de engañar.

Ante sus palabras, los chicos soltaron un "OH", pero yo ignoré eso y le susurré a Kevin en el oído.

—Tu oportunidad, K. Dile tu frase.

Kevin revivió, se puso en pie y se abrió la camisa, mostrando sus abdominales.

—¡Este pecho es todo tuyo! ¡Ven y salta a mis brazos, gatita!

—Deberías ir a ver un doctor. Por suerte el ambulatorio queda cerca. Este será mi asiento a partir de ahora, así que piérdete.

Al recibir las frías palabras de la nueva, se quedó congelado. Pasado unos segundos, regresó en sí mismo y protestó:

—¡Me niego a irme del lado de Tomas!

Erika se acercó, rozó con sus dedos su mentón y lo miró fijamente a sus ojos.

Piérdete.

Solo eso. Como si lo hubiera hipnotizado, Kevin asintió encantado, recogió su mochila y se sentó detrás, al lado de Laura. Por alguna razón la maestra de historia no la reprendió por ello y sonrió.

NinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora