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Tony trabajó durante horas con tal ahínco que ni siquiera se planteó la posibilidad de dormir. Cuando la hora de la cita convenida llegó, escuchó por un breve instante, y sólo mientras se limpiaba el sudor de la frente, las voces de las mujeres que se alzaban en protesta. Escuchó disparos a lo lejos y gritos, pero él no se detuvo hasta terminar.

Entonces, cuando su obra estaba frente a él y toda la determinación que tenía en el cuerpo fluía por sus venas, llegó hasta él la voz de Lobo rojo.

—¡Stark! ¿Estás ahí?

Lo escuchó justo a un lado de su taller, en la pared lateral. Su voz sonaba agitada y un poco desesperada; y Tony la tomó como una señal. Un golpe le indicó que el hombre estaba empotrado contra la pared de madera.

—¿Lobo rojo? Agáchate—dijo y puso en marcha su invento.

Del otro la de la pared, una luz blanca y brillante se filtró por los espacios de los tablones. Lobo rojo obedeció y su captor observó aquello estupefacto.

—En el nombre de...

Se abrió un boquete en la pared y de entre las llamas y el polvo, emergió una figura descomunal, un hombre de hierro. El hombre vio aquello horrorizado, tiró el arma y levantó las manos cuando aquella cosa apuntó el cañón de su brazo izquierdo hacia él.

—¡Oh, carajo! ¡Espera! —suplicó, pero el hombre de hierro no tenía piedad y arrasó con él.

Lobo rojo miró aquella mole de acero caminar hacia la calle, vio el espanto en los rostros de los que estaban cerca, en especial el de Fisk. ¡Qué espectáculo! El hombrezote que era Fisk, de pronto, se empequeñecía. La desesperación en su voz fue palpable cuando ordenó:

—¡Mátenlos!

Sus allegados comenzaron a disparar, Lobo rojo se encogió en sí mismo, pero pronto descubrió que el gigante de acero lo cubría con su cuerpo. Entonces pudo ver que, en el casco de éste, había un par de rendijas por los que se veían las pupilas celestes de un hombre conocido.

—¿Stark? ¿Pero qué diablos llevas puesto? —le dijo.

—Mi ataúd—respondió el inventor—¿Dónde está ese bastardo?

—¿Te refieres al que le disparó a Rogers? 

Tony se incorporó, con su puño derribó a un jinete y, luego, asintió.

—Tengo una excelente puntería—dijo Lobo rojo y se señaló en el medio de la frente—, justo en el centro.

Ton rió por lo bajo. —Sólo nos queda el pez gordo.

—Llevaré a Fisk ante la justicia—aseguró Lobo rojo.

Tony ya no contestó, como el indígena, sólo pensaba en derrotar a todos esos y sacarlos del pueblo; era la mejor venganza que podían ofrecer a Steve. Pronto se dio cuenta que algunos pobladores se habían puesto de lado de Fisk, lo cual le pareció una total estupidez.

—No nos daremos abasto—dijo a Lobo rojo, quien disparaba a sus espaldas—, todo el pueblo quiere matarnos.

—En todo caso, sólo la mitad—apuntó el otro—, las mujeres pelean de nuestro lado, parecen ser las únicas con sentido común.

Justo entonces, vieron a Carol Danvers derribar a un hombre con una pala y más allá,  a Fisk escabulléndose por las callejuelas hacia las vías del tren.

—Estamos en problemas—indicó Lobo rojo—, si Fisk escapa, irá con el gobernador y traerán un contingente armado. No podemos permitirlo.

—¡Ve! —gritó Tony—Yo sólo te retrasaría. Me haré cargo de éstos.

1872Where stories live. Discover now