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Debajo de las rocas que bordeaban el cañón, se encontraba una maravilla oculta: un manantial de agua fresca. Tony abrió la boca muy grande cuando sintió la frescura y vio lo hermoso que era. El agua tenía una coloración azul. Era increíble.

—¡Eres un díscolo! —gritó desde la orilla del manantial y su voz rebotó en las paredes haciendo eco.

Steve, quien estaba en el medio de la laguna semi sumergido, volteó a verlo.

—¿Qué haces aquí?

—¡Me estoy muriendo de calor allá afuera y resulta que tú te das el lujo de darte un baño refrescante!

—¡No es por eso!

—Entonces, ¿por qué?

—Porque necesitaba calmar... ¿qué estás haciendo?

Tony había dejado caer su chaqueta sobre las rocas y luchaba para quitarse las botas.

—Me vendría bien un baño—dijo.

—¡No! ¡Tony, espera!

Pero Tony no escuchaba, se desvistió y subió a una roca.

—¡Aquí voy! —gritó y saltó haciéndose bolita.

El agua salpicó; Steve tuvo que cerrar los ojos y poner las manos frente a sí de barrera. Cuando abrió los ojos de nuevo, esperaba ver a Tony emergiendo del agua, pero no fue así. Frunció el ceño preocupado.

—¿Tony?

A veces pasaba que la gente se rompía la crisma en los filos rocosos que bordeaban la fosa por dentro. Temiendo que aquello hubiera pasado, Steve nadó hasta el punto en el que Tony se había lazando.

—¡¿Tony?!

Justo cuando Steve estaba por sumergirse, alguien lo hizo por él. Tony emergió a sus espaldas y se apoyó en sus hombros para empujarlo bajo el agua.

—¡Con esto quedamos a mano! —le dijo cuando saltó cual delfín.

Steve, tomado por sorpresa, nada pudo hacer. Tragó algo de agua y cuando emergió tosió un poco.

—Ja, ja, ja—Tony le echó agua con la mano y enseguida comenzó a nadar de espalda tranquilamente.

Steve se quitó el agua de la cara y frunció el ceño. La alegría le duró muy poco a Tony, sintió que algo, alguien más bien, le sujetaba el tobillo y lo atraía. Se enderezó sólo para ser empujado por Steve, quien lo sumergió dentro de la fosa.

—Ahora sí estamos a mano—dijo Steve cuando Tony salió del agua y boqueó por aire.

—¡Claro que no! —Tony quiso alcanzarlo, pero Steve le sujetó de la muñeca; tratando de librarse giró, se removió, hizo todo lo que pudo, pero terminó apresado por el ex sheriff, quien lo sujetó por la espalda—. ¡AH! ¡No es justo; eres más fuerte que yo!

Steve rió casi en su oreja, y eso le estremeció. Su reacción los paralizó a ambos. Sólo entonces se dieron cuenta de la posición en la que estaban, pero ninguno hizo nada por zafarse.

—Lo siento, Tony—dijo Steve. Estaba  tan cerca que Tony  tuvo que cerrar los ojos para concentrarse en las palabras y no en el cosquilleo que le provocaba el aliento de otro contra su oreja—. Tenías razón en algo.

—¿Qué cosa?

—Me estaba quemando por dentro. Recordé que este lugar estaba aquí y... No te dije porque sabía que vendrías.

—¿Y qué?

—Eres un alfa.

—Te dije que sé controlarme, no tienes nada de que temer.

1872Where stories live. Discover now