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Pasaron enfrente de la granja Parker, cuando el sol ya descendía. La granja era una extensión de tierra amplia en cuyo centro había una pequeña casa roja, a sus costados se veían sembradíos y corrales. No se detuvieron, pero Tony pudo ver la sombra de una persona cerrando las cortinas de la casa.

El camino se torcía un poco ahí, a la derecha seguía el que parecía ser el común, el camino que Natasha y Lobo rojo debieron de tomar. Tony y Steve tomaron el de la izquierda y el terreno se volvió un poco escarpado a medida que se acercaban al cañón. Ya había estrellas en el cielo cuando montaron el campamento al borde de éste.

Tony encendió una fogata mientras Steve alimentaba a los caballos. Parecía estar muy bien, no se había quejado en todo el camino de su herida, pero bien podía estarse aguantando. Comieron después, con una manta sobre sus hombros y lo más cerca que pudieron de la fogata. No hablaron mucho, sólo expresaron algunas cosas sobre el viaje y el tiempo. Natasha y Lobo rojo ya debían de estar cerca de su destino, pero aún podían darles alcance, según los cálculos de Steve.

—Yo montaré la primera guardia—dijo el ex sheriff.

—Está bien, pero primero déjame ver cómo está tu herida.

—Está bien.

—Steve, no puedes permitir que se infecte o algo parecido; todavía no ha cerrado del todo.

—Lo sé.

—Entonces, déjame verla.

Steve frunció el ceño, pero no pudo objetar nada. Entraron a la casa de campaña, donde Tony había dejado el botiquín. Se sentaron sobre las mantas que habían puesto y Steve se quitó la camisa. Tony quitó los vendajes con cuidado y descubrió la herida. Con los dedos recorrió el borde rojizo de la misma, Steve se estremeció ante su toque y retrocedió un poco.

—Lo siento—dijo Tony—, ¿te lastimé?

—N-no es eso.

—¿Qué es entonces?

Steve negó con la cabeza, pero Tony vió un suave rastro rosado en sus mejillas y rió para sí.

—Bueno, la limpiaré y volveré a poner el vendaje.

Steve asintió y se quedó quieto mientras Tony trabajaba.

—Gracias—le dijo cuando el vendaje estuvo de nuevo en su lugar y, apresuradamente, comenzó a ponerse la camisa—. Haré la guardia, ¿bien?

Tony se estiró y sujetó la chaqueta de Steve al tiempo que asentía; su intención era devolvérsela, pero en su lugar la llevó a su nariz. Había sido un impulso y no se dio cuenta de lo que hacía hasta que Steve le llamó.

—¿Qué? —dijo Tony, con la prenda aún pegada a su nariz.

—La necesito—una vez más, había un tono rosado, quizás un poco más rojizo, en sus mejillas.

—¿Qué? Ah... sí, toma—Tony le tendió la prenda, pero aun cuando Steve la sujetó, no la soltó—. Huele bien.

Steve tragó grueso y tiró de la prenda suavemente, pero Tony no quería soltarla.

—Huele muy bien—Tony levantó la vista—, hoy hueles más rico que de costumbre, ¿por qué?

—Tony, tengo que hacer la guardia, dame la chaqueta o me congelaré.

—Sí, sí, ve...

Era extraño, Tony se sintió un poco abrumado, como desconectado de la realidad. Cuando Steve tiró de nuevo de su chaqueta, Tony aprovechó para acercarse y abrazarse a su cuello. Hundió la nariz en la piel expuesta y sí, se dijo, esa era la fuente de ese aroma tan delicioso.

1872Where stories live. Discover now