Llevaba el alma lleno de agujeros y huecos sin remendar.
Recuerdo que le costaba confiar...
Solía caminar solo por la estación cuando más llovía.
Llevaba a cuestas todo lo que le quiso decir a la chica del bar, lo bonita que era, si solía ir allí, porque él sí.
Era un minuto en silencio cómodo. Una canción en mute. Un bosque sin árboles... Era el frío de febrero,
el espacio en blanco entre margen y margen.
Siempre vestía de negro,
y cogía el lápiz con la izquierda, se lo enredaba en el pelo y seguía pensando en el siguiente poema que escribiría.
Nunca hablaba (aunque sabía)
y nunca recuperaba a las personas que quería.
Todas se iban,
se le escapaban... A otras, ni siquiera las conseguía.
Y es que en realidad sí que estamos llenos de vacíos, de vicios, de recuerdos o trozos de alguien que desapareció,
pero nunca se marchó.