I - La pérdida

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La pérdida

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La pérdida

Morir es algo por lo que todos tenemos que pasar tarde o temprano. Tan solo se espera que cuando llegue la hora no haya dolor ni sufrimiento, que nuestro espíritu acuda a un lugar mejor. Rezamos por las almas de nuestros seres queridos, encendemos velas por ellos y deseamos que hayan alcanzado la gloria eterna que se les prometió.

Por tal razón, Ceres pasaba las horas rezando. Por más que le dolieran sus rodillas raspadas por permanecer tanto tiempo contra el suelo y que sus codos se sintieran irritados, no iba a detener sus plegarias. Tan solo necesitaba recibirlas fuerzas necesarias para continuar tras aquella tragedia que había cambiado su vida.

Lamentablemente, daba igual cuanto rezara en la capilla de Santa Cecilia, no hallaba consuelo alguno. Ceres había crecido junto a su hermano Elías en aquella institución, donde los abandonaron cuando eran demasiado pequeños como para recordarlo. Él logró que le dieran un permiso dos años atrás para buscar trabajo; lo encontró de mozo de cuadra en uno de los pueblos más cercanos. Su objetivo era ahorrar suficiente dinero como para poder hacerse cargo de ella, aunque con lo poco que ganaba estaba resultando complicado.

Quedaban pocos meses para que la joven cumpliera los veinte años y solo esperaba llegar a la mayoría de edad, los veinticinco, fuera de allí. Era como una cárcel, los hombres tenían permiso para salir de vez en cuando a partir de cierta edad, pero las mujeres no tenían esas opciones y debían permanecer recluidas.

Así que, cuando recibió una fría mañana la noticia del fallecimiento de Elías, creyó que el mundo se iba a derrumbar de un momento a otro. Recordaba el sonido de la puerta de su habitación siendo aporreado y la mirada gacha de sor Isabel al darle la noticia en un hilo de voz; el mensaje más corto, conciso y doloroso de su vida.

La desolación que sintió ese día fue ínfima comparada con la que estuvo experimentando tiempo después. Le era casi imposible salir de la cama y realizar cualquier actividad mundana. Su rutina antes del incidente, se basaba en acudir a las actividades que impartían las monjas para ser buenas esposas y en ocasiones ayudaba a la biblioteca. Sin embargo, lo único que le quedó después de aquello fue rezar y llorar, ella misma estaba cansada de escuchar sus propios sollozos y de sentir la humedad constante en su fina y caucásica piel.

Aunque pronto iba a cambiar todo.

Ceres nunca hubiera imaginado aquel día lo que iba a suceder. Se levantó como todas las mañanas con los párpados hinchados y se dirigió a su tocador para cepillar su larga y ondulada melena rubia y recogerla en un moño trenzado mientras observaba en su reflejo el violáceo tono de sus ojeras.

Cuando estaba prácticamente lista, alguien llamó a su puerta. Creyó que sería su amiga Rebeca, como todas las mañanas, pero se trataba de sor Isabel.

—Buenos días, niña. ¿Cómo se encuentra? —preguntó con tintineo.

—Buenos días, sor —saludó con suma educación haciendo una pequeña reverencia sujetando la falda de su vestido y cerrando le puerta tras de sí—. Justo iba a dirigirme a la capilla para comenzar mis oraciones por el alma de Elías.

Rapsodia Celestial [+18] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora