V - Las mazmorras

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Las mazmorras

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Las mazmorras

Sabía que el momento tenía que llegar tarde o temprano, pero enfrentarse a él era mucho peor de lo que hubiera imaginado. Se encontraba apoyada en el marco de la puerta, observando a Rebeca arrodillada en el suelo de su habitación, preparando su equipaje.

Finalmente iba a abandonar Santa Cecilia para casarse con un completo desconocido.

—No puedo creer que esté pasando de verdad... —murmuró mientras seguía con la mirada los movimientos de su amiga.

Rebeca observaba el reloj de arena que colgaba de su cuello y como los granos ocres caían. Cuando la última partícula hubo llegado al otro lado, le volvió a dar la vuelta.

—Llegarán en unas horas —comentó refiriéndose a sus padres y a su futuro esposo.

—No sé qué voy a hacer sin ti.

Aún con la mirada perdida en ella, mientras guardaba el último elemento.

Se puso en pie y se le aproximó.

—Ni se te ocurra decir nada o esto será aún más horrible de lo que ya es —dijo y, acto seguido, se desprendió de aquel colgante que portaba—. Ten —lo colocó en el cuello de su amiga—, cuando te sientas sola dale la vuelta y piensa que a cada segundo yo estaré pensando en ti.

Ceres contempló el obsequio y emocionada volvió a estrechar entre sus brazos a su amiga. Aquel colgante pertenecía a Rebeca desde que era una niña, se trataba de una herencia familiar.

Cuando se apartó, agarró con vigor sus manos y las alzó.

—Mi querida amiga, dispones del alma más pura y buena que he conocido —declaró mirándola fijamente a sus ojos oscuros—. Te prometo aquí y ahora que cueste lo que cueste iré a buscarte. —Ejerció más fuerza en sus dedos al decir aquello último.

Un nudo se formó en la garganta de Rebeca y su vista se humedeció.

—Eso sería un sueño.

Se despidieron tiempo después en la entrada del castillo.

Todo sucedió muy despacio a la vista de Ceres, ver como los padres de su amiga salían del carruaje y saludaban a la Madre Superiora con una sonrisa, seguidos de su prometido, un hombre unos diez años mayor con bigote y patillas densas y perfiladas.

Aquel era el que se llevaba la felicidad de su amiga. Cuando esa idea surcó sus pensamientos, sintió un odio ardiente por aquel sujeto, el cual se incrementó conforme vio como tomaba la mano de Rebeca y se la llevaba de allí.

Regresó a sus pertenencias y descargó su frustración propinando una patada a una de las patas de la cama. Finalmente estaba completamente sola. Ya no tenía a nadie, no había ni Rebeca ni Elías allí. Aunque en cierto modo, eso le hizo darse cuenta de que no quería quedarse en Santa Cecilia de por vida.

Rapsodia Celestial [+18] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora