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El Limbo

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El Limbo

Los días pasaban con una quietud que le resultaba fascinante. Se estaba acostumbrando a aquella vida, al verdor agradable que rodeaba al pueblo y a sus habitantes cordiales.

Tenía dos horas libres por las tardes para ausentarse de la posada con total libertad, donde se perdía entre los árboles junto a Kiter e imaginaba historias maravillosas. Si algo echaba de menos de Santa Cecilia, era el poder disfrutar de la lectura y sumergirse en otros mundos. Aunque el hecho de tener la compañía de un demonio de aspecto felino le resultaba cuanto menos fascinante, en ocasiones necesitaba evadirse de la realidad.

Por otra parte, los hermanos Segarra, que así se apellidaban, ni se desentendían de ella, ni se aprovechaban. Todo era en su justa medida, lo cual le hacía sentir afortunada. En ellos veía una especie de figura familiar que hacía tiempo que no tenía.

A menudo venía a su mente algo que le dijo Augusto su segunda mañana en la posada.

"—Ceres... —vaciló al hablar—. No quiero importunarla con lo que voy a decirle, pero es una joven hermosa e inteligente. La belleza puede ser tanto un don como una desdicha... Debe ser consciente de la cualidad que posees, pues hay hombres que creen poder tomar todo cuanto les pueda resultar atractivo."

Dudó que quería decir con su última frase, esa especie de advertencia. La única persona que había acudido a su mente al pronunciar aquello no era un ser humano.

Era tarde para arrepentirse de su pacto, aunque lo cierto era que no lo hacía.

Bailaba sobre la tierra cubierta de hojas y flores, mientras sus cuerdas vocales entonaban una agradable melodía. El demonio se dedicaba a trepar por los troncos de los árboles hasta estar sobre las ramas y, entonces, saltaba de una a otra. Repitiendo la acción en varias ocasiones. La joven se quedó observando al felino con expectación mientras juntaba sus tobillos y los separaba y daba pasos hacia adelante y hacia atrás con sus brazos extendidos.

—Oye, Kiter... —dijo mientras continuaba con esos movimientos que le hacían sentir bien—. ¿Por qué no tienes alas?

Él entrelazó sus colas de modo que parecían una trenza.

—Aun no me han salido—respondió dando otro salto.

—Creía que todos los demonios teníais. —Frenó su danza y se situó bajo el árbol donde estaba el animal—. ¿Y cuándo te saldrán?

Kiter bajó dando brincos entre las ramas.

—Si voy sirviendo a mi señor y mostrando mi valía para con él, me crecerán más atributos de demonio, como las alas o los cuernos. Yo no soy creación directa de él —comentó estirando sus patas traseras—. A mí me adoptó.

Ella frunció el ceño.

—No lo entiendo.

—Yo fui un gato en mi otra vida —explicó—. Un gato normal, más pequeño y aburrido. Nunca llegué a la edad adulta —murmuró y a Ceres le pareció que su mirada era de tristeza.

Rapsodia Celestial [+18] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora