Heliotropos

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La mañana de ese día fue la más resplandeciente y hermosa de la semana para Alfred. Cuando se levantó lo hizo con energía y la mente enredada en las prácticas que le tocaban hoy en el hospital.  Se vistió como un rayo y cuando llegó a la cocina tarareando una de esas canciones que pasaban por la radio.

—Hola, Arthur.—le saludó pasando por su lado para abrir la alacena y ver qué opciones tenía para desayunar.

—Buenos días...—dijo y miró de reojo la mueca triste del americano al darse cuenta que el chocolate en polvo se estaba acabando—. Ayer compré waffles. Están en la parte de abajo.

Alfred abrió el cajón de abajo y encontré el paquete para preparar los wafles. El corazón se le estrujó al recordar a la persona que siempre solía hacer waffles de desayuno. Lo volvió a cerrar. 

—Tal vez en otra ocasión—intentó mostrarse desinteresado mientras sacaba el paquete de café. Antes de que siquiera colocara el agua, Antonio lo llamó.

—¡Alfred!—La voz de Antonio era un manojo de nervios—. Al fin contestas, hombre. Ya estamos afuera esperándote.

—¡Qué-! —Se apartó de la cocina para buscar su mochila—. Ya, ya estoy bajando ahorita, espera un segundo.

Después de despedirse de Arthur, bajó de dos en dos las gradas y salió de la cazona envolviéndose en un abrigo. Reconoció a Antonio en el puesto del conductor pero no supo distinguir quienes eran las gemelas de cabello castaño quienes estaban en los asientos de atrás y mucho menos el albino que estaba con una sonrisa de pegatina.

Con un gesto, su amigo lo invitó a subirse y se sentó al lado de Antonio en el asiento de copiloto. Mientras el auto marchaba, Alfred comenzó a despegar el sorbete para tomar la leche chocolatada que alcanzó a traer. Las mujeres en la parte de atrás lo miraban curiosas sin disimularlo.

—Gracias por llevarme—expresó con sinceridad el americano. Sino fuera por su amigo no se veía capaz de llegar puntual a la práctica.

—No hay de qué—contestó Antonio detrás del volante con su perpetua sonrisa.

—¿Cómo te llamas?—preguntó la chica con los ojos ámbar clavados en él, apoyada en su asiento hacia adelante.

—Alfred —Mostró una sonrisa cordial. —,¿y ustede son..?

—Lovina—Se señaló con un pulgar y después señaló a la gemela de a lado quien le saludó con una sonrisa—. Y ella es Alicia.

—¡Y yo soy Gilbert! —Salió entre las dos el albino.

—Oh. ¡Un gusto! —dijo Alfred.

—¡Hala! ¿Qué es eso? ¿Leche enchocolatada?—Sin su permiso tomó el envase de plástico con la sonrisa burlona bailando en los labios.

—¡Leche enchocolatada!—La gemela asomó la cabeza con una sonrisa pintada.—A mi me encanta, ¿es la que viene con el cereal?

—Oww, que ternura que es tu amiguito, Antonio.—murmuró . Alfred se mantuvo en silencio intentando no decir nada.

—Al, no lo tomes a personal ella es así.—Rio Antonio sobre el volante con una serenidad que su compañero admiró. Alfred supuso que sus emociones eran demasiado traslúcidas para los demás.

—Anda, ¿estás enojado? —Inclinó la melena llena de rizos castaños buscando una respuesta pero el americano no dijo nada. Cualquier palabra parecía ser un detonante de burla.

—Alfred, ya mismo llegamos.—Lo auxilió Antonio y en unos instantes más ya estaban frente al hospital donde haría sus prácticas.

Le agradeció, se despidió en automático y colocó la mochila sobre el hombro. Estaba por bajarse cuando la voz de Lovina lo llamó desde el interior. Cuando se regresó, observó su mano una invitación.

Después del Invierno (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora