Laureles

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Decir que estaba aterrado era un concepto demasiado pálido ante el sentimiento que lo albergaba mientras el timbre no dejaba de sonar. Era igual que estar tirando de un hilo que amenazaba con romperse en cualquier momento.

El americano estrujó su mano dándole ánimos con una bonita sonrisa. No pudo hacer otra cosa que devolvérsela, quizás Alfred tenía razón y la fuerza se podía transmitir por las manos. 

Respiró hondo sabiendo que esta vez no asentaría antes del tercer timbre. Esta vez no inundaría su mente de recuerdos amargos relacionados con su mamá. Mientras su celular sonaba, iba acomodando mejores recuerdos. Trabajar en el jardín del Sr. Winger por ejemplo, no hubiera podido si su mamá no le hubiera enseñado como hacerlo cuando tenía diez.

Le había tomado demasiado tiempo darse cuenta que su mamá no era una villana de su historia, y ahora que había probado un poco de la soledad y la falta de hogar lo tenía claro. A pesar de eso, seguía teniendo miedo de ella. Scott le había dicho que sus palabras bruscas no eran en serio pero Arthur se había convertido en un experto en repensar las cosas malas que escuchaba.

—¿Aló?

Un silencio se atascó en su garganta y empezó a entrar en pánico.

—¿Mamá? Soy yo....um...Arthur.

Al no haber una respuesta inmediata llegó a pensar que tenía razón, que siempre tuvo razón y su mamá todavía lo odiaba por abandonar su carrera y confesarle que en realidad no le gustaban las chicas. Pero terminó desechando ese pensamiento y esperó un poco más.

—¿Arthur? —Su voz no estaba enojada, estaba rota—. Oh, cielos. ¿De verdad? ¿Eres tú? Han pasado dos años y...yo llegué a creer que...

Arthur escuchó la puerta y miró de reojo a Alfred deseándole suerte antes de dejarlo conversar a solas con su mamá. Tenía muchas cosas de las que hablar con ella.


Diciembre

Octubre y Noviembre fueron meses fríos y se supone que Diciembre también lo sería. Arthur lo sintió de esa manera al mirar las flores que había cuidado con tanto esmero, marchitarse. Solo algunas pudieron resistir al monstruo invernal. Cuando recibió una postal (al viejo le gustaba enviar ese tipo de cosas aunque existían los celulares) del Sr Winger anunciando su llegada a Noruega, se sintió mal cuando le preguntó por el jardín. El anciana estaba mirando las auroras boreales sin saber que las plantas al cuidado de Arthur estaban muriendo.

—Ya no sé qué hacer—le comentó a Alfred preocupado todavía sin tocar su almuerzo. La cafetería de la universidad era muy ruidosa a sus espaldas—. Busqué en internet pero nada funciona. Solo las camelias están resistiendo el invierno.

—Oye Arthur tengo una idea.

—¿Siquiera me estás escuchando?—Levantó una mirada cargada de rencor al americano que estaba en su celular y recién le devolvía la mirada al escucharlo.

—Sí te estoy escuchando, pero creo que te preocupas en vano—desanudó el asunto muy fácilmente. Su plato ya estaba vacío—. Siempre has encontrado la manera de solucionar las cosas. Y creo que preocuparte solamente duplica el problema como decía el buen Bobby.

—Fácil decirlo para un despreocupado como tú...

—¡Hey!—Le reclamó pero había risa en su reclamo—. Como sea, Arthur. Tengo algo de que hablar más importante que las flores.

—Oye, las flores-

—¡Arthur! —Lo llamó para pescarlo con una sonrisa limpia—. Pasa Navidad conmigo. —lo interrumpió con la mirada celeste clavada sobre él. Espontáneo. Directo y sencillo. Siempre era así pero el corazón de Arthur todavía no se acostumbraba. Torció una sonrisa asintiendo. 

Después del Invierno (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora