A diferencia de la persona en la que se había convertido al llegar a América, Arthur, en Inglaterra, no era conocido por ser una oruga social, al contrario, las salidas con amigos eran los panes de cada fin de semana, de igual manera que los castigos de sus padres por aquellas salidas, y las escapadas por los castigos. Todas esas anécdotas algunas más absurdas y etílicas que otras las guardaba en baúl que cerró bajo llave al llegar al continente. Porque en Estados Unidos era diferente.
Mientras aplanaba su cabello lacio frente al espejo y acomodaba su bufanda verde, no podía dejar de darle vueltas a la dichosa salida. Tal vez y estaba siendo mal al colarse a la salida de los amigos de Alfred. Él no pertenecía a su grupo y seguramente ellos no se sentirían cómodos con él.
Ajustó el reloj en su muñeca y volvió a echarle una mirada al espejo, sin reconocer al joven que veía frente a él. Pasó los pulgares por los ojos decaídos y las ojeras violetas, no podía hacer nada con ellas, pero sentía que la carga de su mirada sería visible para todos y eso de alguna manera lo avergonzaba.
Cerró los ojos un momento intentando ahuyentar las sombras que empezaban a acorralarlo y cuestionarle.
« Estarás bien, Arthur, solo será un momento, ¿qué puede salir mal? »
—Y si mejor...invento una excusa, un trabajo de la universidad de última hora...—le susurró su reflejo.
Se dejó caer como una bolsa de papas viejas y pesadas sobre la cama. Pasó las manos por el cabello desarreglando todo sintiéndose estúpido.
—Podría decir que me siento algo enfermo.
Los golpes en su puerta lo hicieron levantar la cabeza y al abrir la puerta se encontró con Alfred. Su mejor traje azul marino que combinaba con sus ojos claros y su sonrisa de película cliché fueron suficientes para dejarlo sin aliento. Su corazón se disparó y bajó la mirada completamente confundido.
—Arthur, ¿ya estás listo? —dijo al notar al inglés en el umbral de su puerta.
Dio un largo suspiro y asintió.
—Vamos. No te olvidas el regalo ¿verdad?
Alfred se detuvo en seco.
—¿Qué regalo?
—Me dijiste que había que traer un regalo para intercambiar o algo así.
—¡Ohh, sí, sí! —captó asintiendo con energía—. En mi bolsillo.
.-.-.-.-.-.
Alfred tarareaba Jingle Bells con las manos en los bolsillos mientras caminaban. Envueltos en sus abrigos de lana, agradeció de que la noche no estuviera tan helada como en días anteriores.
Después de que un taxi se detuviera pudieron llegar temprano al restaurante italiano. Las ventanas eran cuadros blancos por la nieve acumulada afuera. La Navidad se pintaba en todas partes. En los carteles de ofertas para juguetes, en los juegos de luces de verde y rojo, en los Papa Nóeles disfrazados por doquier.
Al salir de casa, sintió una terrible urgencia por regresar, un arrepentimiento que le estaba aplastando, pero ahora el sentimiento parecía cada vez volverse más pequeño hasta convertirse en un eco lejano.
Al bajarse se dieron cuenta algo incómodos que el restaurante italiano era el mismo al que habían ido la última vez en la que terminaron siendo echados por un italiano malhumorado. Intercambiaron una mirada preocupada.
—¿Crees que estaremos bien?
—Trataré de no herir los sentimientos de nadie esta vez.
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Después del Invierno (UsUk)
FanfictionArthur Kirkland no tenía inconvenientes con compartir apartamento para dividir gastos. El costo de un apartamento en New York era una inmensidad que ensombrecía su triste presupuesto de estudiante universitario. Por lo que, firmó el contrato sin da...