Begonias

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Los aeropuertos significaban despedidas y las despedidas traían a la superficie malos recuerdos. A Arthur no le gustaba y acompañó de mala gana a su hermano esperando que fuera rápido pero el vuelo a Londres se retrasó y ahora allí estaban, sentados, hombro a hombro,  esperando que el número de vuelto de Scott cambiara en la pantalla frente a ellos.

De lejos se enrejaban sonidos de zapatos y ruedas de maletas junto a altavoces con voz neutral. Un joven trapeaba la baldosa de color crema con audífonos puestos. El aroma de unos hotdogs recién preparados se asomaba para tentarlos. Arthur notó como su hermano los miraba de reojo.

—Si tienes hambre, ¿por qué no vas y los compras?

—¿Estás demente? En los aeropuertos todo es caro. —murmuró el mayor regresando los ojos hacia la pantalla sobre ellos.

—No es bueno soportar hambre por mucho tiempo.

—Tampoco será mucho tiempo. Ya mismo llega mi vuelto.

—Eso dijiste hace media hora—suspiró el menor apoyándose en el respaldar empezando a sentir los músculos del cuello entumecidos.

—¿Y yo qué quieres que haga? Tú fuiste el que sugirió acompañarme al aeropuerto.

—Porque pensé que sería corto.

—Vamos no quiero pelear—Scott estaba madurando—. Arthur, por cierto, quería mencionarte algo.

—¿Hm?

—Mañana es el cumpleaños de mamá.

—Ya...

—Si pudieras llamarla, pequeño ingrato, creo que le gustaría escuchar noticias tuyas.

El inglés se quedó en silencio aunque el día en que se había despedido de ella era cada vez más borroso y ya no estaba teñido de rencor, seguía enredado de espinas. 

—¿Estás seguro que le gustaría? La última vez que hablamos me dijo que no quería saber nada de mí.

—No lo decía en serio. Sabes que ella suele... decir esas cosas a veces.

Todavía sin una respuesta clara que ofrecerle a su hermano, se hundió en un silencio más profundo que el anterior. Hubo muchas veces en las que intentó llamarla pero por el temor de su reacción, nunca lo había logrado. Eres un cobarde, le dijo una vez su mamá. Tal vez tenía razón.

—Oh, mira ya llegó. Te dije—Scott fue el primero en ponerse en pie tras el aviso de la pantalla.

Scott se fijó en su hermano levantarse detrás de él y por un momento se acordó de Arthur cuando era niño y de la misma manera solía seguirlo en busca de su compañía para jugar aunque en ese tiempo Scott ya no le interesaba los juegos. Cuando creció y se fue de la casa, pensó que Arthur no lo perdonaría y quizás vivirían enojados como los amargados y rencorosos que eran. Le alegraba haberse equivocado. Le alegraba haber tomado ese proyecto para la remodelación de un edificio en Estados Unidos. No tenía muchas esperanzas de encontrar a su hermano, pero lo halló y el final no fue tan amargo como se lo había imaginado.

Arthur no tuvo tiempo de reaccionar cuando su hermano lo abrazó. Después de eso, le repitió que llamara a mamá por su cumpleaños y se marchó. Arthur se quedó en blanco y al mirarlo alejarse, sonrió. Los aeropuertos siempre le habían parecido lugares de despedidas amargas pero en esa ocasión, a pesar de ser una despedida, no le resultó amarga ni un recuerdo que guardaría con tristeza. Después de todo no era una despedida para siempre.

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—¿Aló?—Hablaba con voz bajaba. El taxista lo miró de reojo por el retrovisor.

Después del Invierno (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora