Capítulo X - Esclavo

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Tras terminar las clases de la universidad, ya de noche, Gari salió del edificio cansado, deseando coger la moto para largarse a casa y descansar junto a su chica

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Tras terminar las clases de la universidad, ya de noche, Gari salió del edificio cansado, deseando coger la moto para largarse a casa y descansar junto a su chica.

Al llegar al parking de estudiantes buscó su moto entre todas las demás y no pudo evitar soltar una maldición al verla. Tenía las ruedas pinchadas y los guardabarros medio soltados.

Sacó el teléfono móvil y llamó a la asistencia, no llegarían hasta dentro de media hora. Se encendió un cigarro y se apoyó en la moto para enviarle un mensaje a Maite diciéndole que llegaría tarde por ese contratiempo, adjuntando también unas fotos de la moto para no perderlas en el momento de dar el parte.

Mientras todo esto sucedía, una figura se acercaba a él, lentamente, acechando entre las sombras. Sacó una vara de la mochila y le asestó un golpe en la sien, noqueándolo, dejándolo inconsciente tirado en el suelo.

Cogió el móvil de su víctima y le mandó un mensaje a Maite diciéndole que le habían llamado los de la asistencia diciendo que tendría que ir a comisaría, que no lo esperase despierta, y después apagó el móvil.

	Cogió el móvil de su víctima y le mandó un mensaje a Maite diciéndole que le habían llamado los de la asistencia diciendo que tendría que ir a comisaría, que no lo esperase despierta, y después apagó el móvil

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Cuando Gari volvió a abrir los ojos se encontraba en una habitación oscura, sintiendo presión en la boca por una mordaza, en las muñecas y los tobillos por las cuerdas que lo ataban a la silla. Intentó girar la cabeza, pero algo tiró de él, llevaba también algo en el cuello que lo retenía.

Se fijó en un espejo y pudo ver que lo que llevaba en el cuello. Un collar de esclavo, con cadenas que lo ataban a la silla y la pared de detrás desde ahí.

Una figura lo acechaba desde una esquina oscura, una figura que no pensaba revelar su identidad hasta el ultimo segundo de la vida de su víctima.

La sombra se acercó al encadenado. Disfrutaba de verlo así, de ver el miedo de sus ojos, que brillaban como nunca. Pensó que seguramente él se sentiría así de bien cada vez que torturaba o humillaba a alguien.

Colocó bien los guantes en sus manos, para ajustarlos lo más posible y así sentir más cercana la piel, los latidos del corazón, la falta de respiración... Según acercaba las manos a su cuello, se paró. Pensó que sería mucho más humillante ahogarlo con ese collar de esclavo que tenía puesto.

Cogió con fuerza la correa que ataba aún más fuerte el collar y empezó a estirar de ella. Cuanto más le costaba respirar a Garikoitz, más poderoso se sentía. Según notaba como se retorcía, más ganas tenía de que parase.

—¿Qué pasa, Gari? ¿Solo eres poderoso ante las chicas y los que tu crees que son chicas o que?

Los ojos del muchacho se abrieron como platos y soltó su último aliento, rabioso por saber quien lo estaba matando e impotente por no poder hacer nada por evitarlo.

	El inspector y su becario volvían de la morgue en dirección a la comisaría mientras el mayor de los dos se acercaba cada vez más al menor, llegando a pasar su brazo por la cintura de este, a quien no le importó, pero tampoco le dio la importancia...

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El inspector y su becario volvían de la morgue en dirección a la comisaría mientras el mayor de los dos se acercaba cada vez más al menor, llegando a pasar su brazo por la cintura de este, a quien no le importó, pero tampoco le dio la importancia que le daba el mayor.

Antes de llegar a comisaría, algo apartados aún, Yerai hizo un movimiento con el brazo e hizo que Ibai se quedara mirándolo a escasos centímetros de él, quien se puso nervioso y se sonrojó.

—¿Que haces, Yeri...?

—¿Te molesta...?

—Un poco... Estás demasiado cerca...

Lo soltó y siguió caminando, dejándolo confuso en el sitio durante unos segundos hasta que lo siguió.

Al entrar en comisaría, ninguno entendió la razón del revuelo que había. Dos policías novatos se pararon en seco al verlos y se acercaron rápidamente a ellos.

—Inspector, tiene que acompañarnos... y su becario también...

Ambos los siguieron, según avanzaban el torbellino de policías era cada vez mayor. Caminaron hasta los calabozos y ahí se detuvieron en seco. Yerai se quedó sin palabras. Ibai blanco e inmóvil.

Tenían en una de las celdas a Garikoitz, con un collar de esclavo, representando su propio símbolo. Tenía un cartel grapado al cuerpo con un mensaje claro:

Muy bien entorpeciendo la investigación, Ibai, pero ahora...

TIC TOC inspectores...

Os queda poco antes de perder la partida... Cuando Ibai muera... habré ganado.

Yerai miró a Ibai, decepcionado, dolido por pensar que de quien se estaba enamorando estaba jugando en su contra, por pensar que estaba aliado con el asesino a modo de suicida.

—¿Algo que decir, Ibai Ochoa?

—Yo... —Los ojos de Ibai se llenaron de lágrimas y le empezó a temblar el cuerpo.

Cayó de rodillas al suelo. Ahora sentía el miedo de verdad. Sentía la verdadera muerte ceñirse a su cuerpo. Sentía la amenaza de muerte real. Lloró como un niño pequeño por haber decepcionado a quien tenía por un ídolo, por un amigo que no quería perder.

Sintió la mano cálida de su mentor en el hombro y, cuando lo miró, este lo abrazó, dejando que el pequeño se desahogase. Yerai no entendía porque había hecho lo que había hecho, no entendía la razón de que colaborase con alguien que le quería matar, pero aún menos entendía la razón de que, estando en peligro de muerte, no le hubiese pedido ayuda.

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¡Final de esta parte!

Las partes siguientes estarán sin editar del todo bien lo más seguro hasta el día 21, ya que estoy de exámenes y no ando con tiempo de darles la última revisión antes de subir el capítulo que toca.

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Andrea Marauri

Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora