Capítulo XXIV - Roto

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 En comisaría, Yerai se estaba volviendo loco al no aparecer ni su becario ni la única otra víctima que quedaba libre, con vida y sin haber sido atacada ya. Los nervios le comían vivo mientras miraba el reloj, tal vez por una vez en su vida había decidido ser puntual y no llegar diez minutos antes.

La puerta del ascensor se abrió justo a en punto, lo que hizo que Yerai se girase rápidamente a mirar, deseando, casi rezando, por ver a Ibai entrando por la puerta con una cara de niño bueno que pide perdón por llegar tarde por primera vez.

No fue él quien entró, así que el terror lo inundó por completo. Cogió el teléfono móvil y buscó el contacto, el único que tenía un corazón junto al nombre. Un pitido, dos, tres, cuatro... Los segundos se le antojaron eternos mientras oía ese sonido enlatado a través del dispositivo, al saltar el buzón de voz no dejó un mensaje, dio directamente una orden de búsqueda, sin probar mas veces como hizo con Ane.

Dos agentes se unieron a él de camino a casa de Ibai, primer sitio en el que iban a buscar mientras otros iban a la universidad y a los sitios que solía frecuentar Ibai para ver si lo habían visto.

Al llegar al piso se alegró de que la puerta no estuviera forzada, pero tampoco lo estaba la de Joritz, y no por eso estaba vivo. Los agentes abrieron la puerta con unas ganzúas y él entró, asustado. Ningún símbolo por ningún lado, nada parecía fuera de lugar.

Entraron revisando cada habitación, fue Yerai el que vio a los dos chicos acurrucados en la cama. Se le encogió el corazón al verlo así con otro chico, pero sabía que estaba en todo su derecho. Él no le había dicho lo que quería, y no podía esperar que lo supusiera o adivinase por arte de magia, y la manera en la que se había comportado no dejaban nada claro que quisiera una relación formal, y aún menos el historial que había tenido antes del becario.

Avisó a los agentes para que se quedasen a modo de vigilancia y vio cómo Sam se levantaba de la cama y salía de la habitación, avergonzado.

—Me iré a mi casa... dos agentes por cada víctima... ¿No? —Se fue sin decir nada más y Yerai miró una vez más dentro de la habitación, viendo al que había tenido entre los brazos al borde de una relación seria que lo haría feliz.

Abandonó el piso, triste, cansado y destrozado a partes iguales, pero con energías renovadas para seguir investigando, para poder mantenerlo con vida y así tener la oportunidad de recuperarlo.

	Abandonó el piso, triste, cansado y destrozado a partes iguales, pero con energías renovadas para seguir investigando, para poder mantenerlo con vida y así tener la oportunidad de recuperarlo

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Mientras tanto, Ane se encontraba atada en una silla de manicomio, en un sótano lúgubre, delirando por el aburrimiento, la sed y el hambre. Lo único que podía hacer era echarse cabezaditas de vez en cuando, pero no eran muy largas y no descansaba bien, además de que después despertaba con un dolor de cuello horrible.

Cuando escuchó unas escaleras crujir giró la cabeza hacia allí, demasiado rápido como para lo que su cuello podía soportar en ese momento, haciendo que soltara un leve y agudo quejido.

—¿Ya empiezas...? Si aún no te he tocado...

—Me dijiste que si me portaba bien...

—Pero has pecado durante muchos momentos de tu vida, Ane... ¿O es que no te acuerdas? —Soltó una risotada que la voz metálica hizo sonar como si fuese la revolución de las inteligencias artificiales.

Vio como la figura se movía por la estancia hasta una mesa y cogió una carpeta que abrió estirando de las gomas. Era una carpeta azul de cartón con gomas negras, lo más común del mundo, algo banal, pero que para Ane significaba mucho.

Los recuerdos de lo que había dentro de esa carpeta le vinieron a la mente, exámenes de todas las asignaturas con las respuestas del profesor. Exámenes que ella había colocado en ciertas mochilas en las semanas de los exámenes para que ciertas personas se quejaran de que esos ciertos alumnos estaban copiando.

Ane no se sentía orgullosa de haber hecho aquello, pero en ese momento no estaba lista para salir del armario, y el hecho de haber sido amenazada con contar lo de su homosexualidad... hizo que no se pensase dos veces el hacerlo. No fue tanto por sus compañeros de clase o curso, fue más por lo que pensarían sus padres.

Vio como el encapuchado tiraba la carpeta a sus pies, abierta, con los exámenes a plena vista. Ane miró al suelo asustada por lo que pudiese hacerle, su símbolo era un gorro de graduación por lo que podía recordar... ¿Cómo iba a representar eso? ¿O simplemente iba a dibujarlo y ya?

—Fuiste una marioneta, lo sé... pero... ¿De verdad te mereces un birrete cuando no tienes cerebro suficiente para pensar y hacer o no hacer ciertas cosas? Yo creo que no...

»Al principio pensaba en sedarte, ¿Sabes? Eres solo una marioneta... no te mereces tanto sufrimiento, pero... Eras totalmente consciente de lo que hacías... sabías que ibas a arruinar la vida académica de cualquiera al que acusasen y no supiera defenderse bien...

»Iker... Andrea... Saioa... Unai... Samuel... Ibon... Naiara... Ibai... ¿Quieres que siga? Todos esos y más fueron acusados en su respectiva clase y tenían un examen de lo que estuviesen hacerlo en la mochila.

»Unos se defendieron bien y consiguieron probar su inocencia... otros no tuvieron tanta suerte y... bueno, ¿Qué voy a decirte que no sepas ya? Suspensos, aperturas de expedientes, expulsiones...

»Cuando reflexioné sobre todo eso me di cuenta de que no te mereces morir sin dolor... así que dejé de lado la idea de sedarte...

Lo vio alejarse hacia la misma mesa de antes, cogiendo una motosierra que había colocada algo más atrás. La encendió mientras se acercaba a ella, que terminó de colapsar.

—S-s-socorro... —No gritaba, no podía hacerlo, su cuerpo no se lo permitía, tenía el grito bloqueado —, socorro... —La motosierra llegó a su frente y miró los exámenes una última vez, intentando recordar alguien que saliese verdaderamente mal de esa situación —. S... ¡Aaahhh! —Los gritos de dolor llenaron la estancia, totalmente insonorizada para disfrute de quién llevaba varias vidas en poco tiempo.

Abrió la cabeza con la motosierra, matando así a su portadora y le hizo agujeros en pies y manos, mientras pasaba unas gruesas cuerdas por los agujeros, disfrutando como una niña que arregla la muñeca que acaba de destrozar por simple diversión.

Pasaba las cuerdas por los agujeros y las anudaba, limpiaba la sangre, extraía el cerebro y le llenaba la cabeza de serrín. Todo de forma minuciosa, sin mancharse apenas los guantes ni la ropa, no dejando ADN esta vez, ya había dejado muchas pistas, y la policía era tan tonta que iba a perder.

Cuando ganase la partida, su paraíso estaría completo, podría descansar de la mano de quien más amaba mirando al horizonte infinito, dejando el tiempo pasar hasta que alguno de los dos se quedase dormido y el otro lo siguiese en su debido momento.

No pudo evitar tararear feliz, estaba a punto de tener su plan perfectamente terminado y cerrado, solo dos víctimas más, y una de ellas iba a ser la más fácil de todas.

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Un poco extraño el final, aunque con la mente del asesino no podíais esperar que fuese menos extravagante y enrevesado de lo que es. En siete capítulos todo habrá terminado, esta semana y otras tres más. El día 20 de marzo todo acaba.

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Andrea Marauri

Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora