Capítulo XXIX - Arresto

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Sam miraba el techo de la estancia con la felicidad de quien se acaba de casar con la persona de sus sueños. Veía todo de forma maravillosa y perfecta, no se le había ocurrido ni por un instante la idea de que Ibai estaba escapando, pidiendo ayuda, reuniéndose con la policía... Para él, en su perfecta ensoñación, era todo maravilloso, y si Ibai tardaba tanto era porque estaba preparando una sorpresa.

Unos pasos lo alertaron y se incorporó en la cama, esperando encontrarse a Ibai entrando por la puerta con cualquiera de las cosas que había podido encontrar que él le había comprado. Las pastillas del desayuno eran de absorción lenta, la suya más lenta que la de Ibai, y tenia otra que lo mataría en menos de una hora si se la tomaba, así que su plan para la mañana siguiente era perfecto.

Desayunar juntos y tomar cada uno su pastilla de absorción lenta para pasarse el día disfrutando del cuerpo del otro. Cuando Ibai empezase a dar signos de morirse, lo que con esas pastillas eran convulsiones, él le daría todo el placer que pudiese, ara que su vida acabase de la mejor manera posible. Acto seguido, él se tomaría la de absorción rápida y seguiría disfrutando un rato del cuerpo de Ibai, aunque él ya no estuviese espiritualmente presente para entregárselo, su cuerpo seguiría ahí.

Cuando la puerta se abrió despacio Sam se acercó al borde de la cama, pero retrocedió rápidamente al ver que, en realidad, era la policía quien estaba ahí y no su amado.

Lo cogieron de los brazos para sacarlo de ahí, mientras no se resistía, lo que hizo que los policías pensasen que todo iría bien hasta el furgón.

Los pensamientos de Sam eran sin embargo bastante violentos. Empezó a temblar de rabia, creyendo que todos los que estaban ahí habían detenido también a Ibai, que estaban saboteando su plan para estar juntos, que no les iban a dejar pasar juntos la eternidad.

Algo dentro de él empezó a hervir mientras lo arrastraban al exterior de la casa. Su cuerpo se tensó y empezó a moverse, a retorcerse como si la vida le fuese en ello, cosa que era verdad.

Empezó a saltar, tirarse al suelo y dar patadas o cabezazos a quien alcanzase. Miraba su pulsera cada vez más, buscando protección, seguridad o algún plan de escape o algo que pudiese ayudarle a tener esa vida eterna junto a Ibai.

—Samuel Lucero, estate quieto.

—¡Me llamo Samael!

Los agentes lo miraron sonreír como un psicópata mientras empezaba a creerse el mismísimo diablo.

—¡Vais a arder todos en el infierno! ¡Me encargaré de que vuestro castigo sea eterno!

—¡Samuel! —Levantó la mirada y vio al inspector que le había roto el corazón de su pequeño amor.

—¡Tú eres el imbécil que ha hecho daño a mi angelito! ¡tu serás el que se lleve el mayor castigo de todos!

Agarró a uno de los agentes de la chaqueta y estiró para intentar que perdiese el equilibrio y así escapó de los agarres. Corrió en dirección al inspector para atacar.

Yerai se vio en la obligación de inmovilizar al que había secuestrado a su querido Ibai, el que le había aterrorizado, el que había hecho tanto daño a familias y adolescentes del campus de la universidad de Gipuzkoa.

—Si quieres volver a estar libre en algún momento de tu vida... mas te vale que te metas al furgón...

—¡Arderás en el infierno conmigo!

—¡Al puñetero furgón!

Yerai lo tiró dentro del furgón y cerró con fuerza, cabreado con ese estúpido asesino que se creía dios. Pero, que se creía el mismísimo diablo. Que se había creído con poder de castigar a la gente y que ahora se creía con aún más derecho, reclamando el nombre del diablo como suyo.

Sam se quedó dentro del furgón, sentado en uno de los bancos mirando a través del cristal del furgón. Vio como Ibai se acercaba al inspector y se le iluminó la cara. Pensó que su salvador había llegado, que iba a pelear por liberarlo, que lo iba a sacar de ahí para que pudiesen ser libres y disfrutar de esa eternidad juntos.

Sam se pegó al cristal para ver más de cerca como lo salvaba. Pero el corazón se le rompió en el momento en que vio cómo se ponía de puntillas para besar al inspector.

Algo dentro de él explotó y arremetió con fuerza las puertas blindadas, incapaz de creerse que Ibai lo traicionara así. El becario se asustó y se escondió tras Yerai, que lo protegió entre sus brazos.

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Gracias a nuestro querido amigo el corona-virus las clases se han cancelado y tendré algo más de tiempo para escribir (ya que no tengo que ir y volver a la universidad, aunque aun tenga las clases online).

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Andrea Marauri

Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora