Capítulo VIII - Amenazante

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Ibai caminaba lentamente por los pasillos de la universidad, centrado en su cuaderno de apuntes.

No había podido dormir bien anoche, el miedo impregnado hasta los huesos por la situación en la que un homicida le acechaba por las sombras de la comisaría le había hecho mantenerse alerta toda la noche.

Al ir a por un café a la máquina sintió un tirón del brazo y vio como todo alrededor se oscurecía. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo ver que se encontraba en el armario de conserjería y se asustó.

Le vinieron a la mente todas esas veces en las que fue objeto de burla y le encerraban en uno de esos para retenerlo durante horas o estiraban de él al interior para darle una paliza o humillarlo haciéndole salir totalmente desnudo de ahí.

Cuando sus ojos se cruzaron con los de Gari su respiración se duplicó en velocidad mientras los recuerdos se volvían cada vez más vividos.

Sintió como rodeaban su cuello con las frías manos de Gari y empezó a temblar. Veía a su agresor nervioso, alterado y dispuesto a darle una paliza.

—¿¡No estabais protegiéndonos!? ¡La han matado! ¿Quien me asegura que yo no seré el siguiente? O peor, ¿Quién me asegura que Maite no será la siguiente?

—P-por favor, déjame en el suelo...

—Ni se te ocurra intentar huir... —Antes de poner los pies en el suelo volvió a subirlo y a estamparlo contra la pared —. He cambiado de idea... no vayas a mentir como hasta ahora...

—Yo pedí que os protegieran... lo juro...

—Pues no lo hiciste muy bien... —Volvió a estamparlo contra la pared y siguió hablando —, sé que voy a ser el siguiente... lo sé de sobra...

—Eso no puedes saberlo...

—¡Lo sé, joder! Es el miedo dentro lo que me hace saberlo... nunca antes había tenido miedo...

Ibai estaba aterrado, seguro de que los gritos de Gari se oían desde el exterior, pero que nadie les hacía caso.

—Más te vale que no me pase nada... Porque como me pase algo, lo más mínimo... Pesará sobre tu pecho.

—E-es sobre tu conciencia...

—No, será en tu pecho donde Maite dejé caer la piedra.

Antes de soltarlo le escupió en la cara y se largó. Ibai se quedó en el suelo, asustado, dejando caer la saliva de su atacante por su cara, dejando que sus lágrimas fluyeran, cansado de esta situación, de tener que cargar con la culpa de los muertos y el miedo de los vivos. Sabía que uno se acostumbraba a esas sensaciones con el paso de los años en el puesto de trabajo, pero por ahora era algo que le superaba.

Mientras tanto, Gari se fue al exterior de la facultad de derecho, no solía pisar mucho por allí, pero la situación lo había requerido, no iba a pillar a ese becario en ningún otro sitio.

Encendió un cigarro y vio una figura cerca, como si le mirara. Entrecerró los ojos para ver quien era y, al distinguir su cara, no pudo evitar rodar los ojos.

—¿Que miras, mamón?

A los dos segundos ya no lo miraba y estaba de camino al aulario.

El haber amenazado ya a dos personas en menos de 10 minutos le hizo recordar su último cumplimiento de amenaza. Dejó a los recuerdos hacerse vividos mientras le daba una calada al cigarro y cerró los ojos.

	El callejón estaba oscuro y desierto a excepción de los dos muchachos que se encontraban en él

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El callejón estaba oscuro y desierto a excepción de los dos muchachos que se encontraban en él.

Uno estaba tirado en el suelo, con los ojos llenos de lágrimas y súplica. El otro de pie, a un metro más o menos del primero, con una sonrisa malvada.

—Te dije lo que pasaría si los trabajos que le hacías a Maite tenían menos nota que los que entregabas tú...

—Te juro que son iguales pero con distintas palabras...

—Entonces el que jures no me sirve de nada... su nota es un seis y la tuya un diez... Tú me dirás que ha pasado.

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Último capítulo del año 2019.

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Andrea Marauri

Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora