Capítulo IV - Avivando

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El encapuchado lanzó el cuchillo hacia su víctima sin pensárselo ni apuntar, dando justo en el blanco, atravesando su mano con el cuchillo y destrozando la palma, haciéndole gritar de dolor y terror.

—Siempre vi que eras horrible con los demás... es hora de que pagues... niño rico y asqueroso...

Antes de llegar a terminar la frase estaba lanzando un segundo cuchillo, también de esa misma cocina, a la otra mano, agujereándola igual que la anterior. Teniendo a su víctima indefensa, con las manos abiertas.

—¿Qué pasa? ¿Con agujeros en las manos se te escapa el dinero? ¿Sin dinero no tienes poder? ... ¿O es que tienes miedo porque estás solito?

Antes de que pudiese huir lo placó contra la encimera de la cocina, rompiéndole alguna costilla, y lo dejó inmovilizado en el suelo.

—¿No vas a decir nada?

—¿Quién coño eres?

—Anda... si todavía te interesa saber quien soy... —El encapuchado se deshizo de las gafas y la capucha, mostrando su verdadera cara a su víctima justo antes de sacar el estañador portátil con la punta modificada —. El dinero te hizo ser así... vamos a pagarte con la misma moneda...

Acercó el estañador y lo colocó en la nuca de su víctima, que gritó como un cerdo siendo asesinado. El placer que empezó a sentir el asesino según lo veía retorcerse aumento cuando, al apartar el estañador, vio como la figura de una moneda de dos euros quedaba grabada.

—Una muerte lenta y dolorosa por todos tus pecados... creo que está más que merecida...

Las horas transcurrieron lentas mientras marcaba la piel de ese pecador con el estañador, llenándolo de las monedas que lo llevaron a torturar en vida.

	Las horas transcurrieron lentas mientras marcaba la piel de ese pecador con el estañador, llenándolo de las monedas que lo llevaron a torturar en vida

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A plena luz del día y nadie le prestaba atención. Nadie se fija en una buena persona que lleva a un chaval en silla de ruedas.

Al llegar al parque lo puso en un banco bajo unos árboles, cubriéndolo bien con la manta para que nadie se diese cuenta de que estaba muerto, fijándose en que el símbolo de euro que había pintado con el spray estuviese recto. Colocó el cadáver de forma en la que pareciese que estaba pidiendo dinero, haciéndolo pasar por un mendigo.

Se alejó mientras intentaba recordar dónde había una cabina telefónica y se quitó los guantes, que ya le daban calor en las manos. Se miró los dedos, finos pero malheridos de todo el trabajo, los guantes no cubrían sus manos de todos los daños.

 Se miró los dedos, finos pero malheridos de todo el trabajo, los guantes no cubrían sus manos de todos los daños

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Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora