Capítulo XXXI - Delirio

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	Sam estaba en una pequeña celda en la cárcel de Martutene, el único centro penitenciario de Guipuzcoa, el único sitio en la comunidad en el que lo podían tener para la cárcel preventiva antes del juicio

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Sam estaba en una pequeña celda en la cárcel de Martutene, el único centro penitenciario de Guipuzcoa, el único sitio en la comunidad en el que lo podían tener para la cárcel preventiva antes del juicio.

Aún y todo, Sam era feliz. Había comprendido que el hecho de que Ibai besase al inspector no era más que una estratagema para camelarlo y así poder sacarle a él de la cárcel.

Estaba tan metido en su mundo de fantasía, que este comenzó a agarrarse a la realidad. Día tras día en esa celda, su fantasía se pegaba un poco más al mundo real, hasta que un día terminó de pegarse y no distinguía una cosa de la otra.

Llegó un punto en el que veía a su compañero de celda como si fuese Ibai. No se parecían en nada, ya que su compañero estaba bien formado, era de piel mestiza y tenía los ojos de un verde casi esmeralda. Pero los delirios que presentaba Sam habían hecho que viese en él al joven de pelo castaño claro, ojos oscuros y piel blanca casi enfermiza.

Una noche no pudo aguantarlo más y se acercó a su compañero de celda mientras dormía para atarlo con cuidado y amordazarlo. Había poca vigilancia siempre, pero a esas horas de la noche era directamente inexistente. Usó las sábanas para atarlo bien y la propia ropa del recluso para amordazarlo, que se despertó al sentir como lo ataban. Por muy fuerte que fuese, Sam sabía atarlo para que no escapase.

La realidad era un hombre semidesnudo en buena forma que se retorcía bajo el cuerpo de un chaval con unos delirios creados por lo que había sufrido y el tiempo que había pasado encerrado en soledad.

Los delirios de Sam, en cambio, eran muy diferentes. Veía bajo su cuerpo a un joven algo enclenque, con una sonrisa vergonzosa, algo sonrojado por el juego que había propuesto en silencio mientras lo ataba. La mordaza no existía en su imaginación, así que fantaseaba con besarlo mientras acariciaba lentamente su cuerpo.

—Todavía podemos continuar con nuestro plan... lo haremos el día del juicio... escaparemos juntos mientras declaras... te haré un gesto para que ataques a quien tengas más cerca y así poder huir los dos...

El recluso que tenía bajo su cuerpo se asustó más al darse cuenta de que tenía a un loco peligroso como compañero. Sabía que era un asesino, pero no sabia que era también alguien con algún tipo de desorden mental que lo hiciese creer cosas que no son, que lo hiciese alucinar.

Fue entonces cuando el recluso sintió como las frías manos de ese loco rozaban su piel, bajándole los pantalones y subiéndole la camiseta.

Los ruidos que salían de esa celda no extrañaron a los presos de las celdas de al lado, no llamaron la atención de ningún guardia, ya que no había ninguno cerca, no hicieron que nadie le preguntara nada al día siguiente, todos pensaron que el mestizo se había aprovechado de que el nuevo recluso era joven y estaba en bastante buena forma, pero aun así estaba débil en comparación con los que llevaban un tiempo allí.

Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora