Capítulo 17

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Lorena

No recuerdo desde cuándo es que he estado viviendo así. Sé que provengo de Afganistán, porque me lo han dicho, pero mis memorias del sufrimiento de las guerras y el miedo de ver un arma frente a mis ojos en cada esquina parecen cada vez una mala película de terror. Nunca olvidaré mi hermoso vestido antes blanco que sucio por los días que iba usándolo se volvía marrón, de la vez que por alguna razón estaba en una pequeña casa y encontré una tela rasgada de un verde muy hermoso medio azulado el cual tomé como mi bien más preciado. Nunca olvidaré cuando conocí a la señora Rosa, una hermosa mujer de cabellos castaños y ojos oscuros y achinados. La única que no solo me dio agua para beber y no morir de sed, la única que me dio un techo, una cama, un plato de comida, un hogar y una familia. Ella estaba casada con un señor llamado Mateo, que aunque no me fiara mucho de los hombres y menos de los que llevan armas, tuve que aceptar tenerlo como parte de mi familia. No entendía por qué, pero él parecía triste la mayor parte del tiempo y no sabía qué hacer. Un día se dio cuenta del pedazo de tela aún sucio que llevaba y trató de quitármelo, pero pensando que lo único que me unía a mi país, a mi origen, a mi verdadera familia era eso, me negué rotundamente. Lo jalé tantas veces y con tanta fuerza que la tela, que era bien delicada y delgada, se rompió.

Lloré..., lloré como si mi mundo se hubiera roto y no la tela en mis manos. No había otra cosa que quisiera hacer. Mi cosa más preciada en el universo ya no existía y nunca volvería a ser como antes, nunca más y eso dolía como mil rayos. No me importó ver el rostro de Mateo asustado y preocupado, porque no entendería como me sentía, según yo, el que más sufría no era él sino yo. Recuerdo que el día siguiente estaba ahogando mi llanto metida en mi cama y no quería ver a nadie, pero el Sr. Mateo, el muy entrometido, se coló a mi cuarto cargando una bolsita de papel. No le hice caso, no hasta que de la bolsa sacó un hermoso carmín del mismo color de la tela que tenía y me dijo que lo lamentaba y que lo había hecho con ayuda de la Sr. Rosa con la tela que había roto. Logró llamar mi atención y lo miré a los ojos, preguntándome si debía confiar en él o no. Después, a los segundos, sacó un fierrito forrado con la misma tela y cautelosamente envolvió mi cabeza por la línea de cabello y amarrándolo en la parte de arriba de manera que las puntas quedaban curiosamente hacia arriba. No logré aguantar las lágrimas y ya no me importaba mi estúpido prejuicio de la personas con armas, al menos no me importaba en él. El Sr. Mateo, mi papá, supo ganase mi cariño, cada beso, cada abrazo, todo.

Pero, lamentablemente, siempre hay un adiós. La Sr. Rosa tenía muchas cosas que hacer y viajaba mucho, al igual que el Sr. Mateo, pero siempre se preocupaban por mi cuidado y el del resto. Pronto, llegó la mamita María, quien nos cuidó como sus propios hijos. Cada cierto tiempo venían más niños de distintos lugares y colores, y cada mes había visitas a nuestra casa que raramente tenía un nombre "El orfanato de los Girasoles". A los pocos días, me enteré qué realmente significaba la palabra "orfanato" y después el resto ya es historia.

Siempre le tuve envidia a Valeria por tener en todo momento la atención del Sr. Mateo y por eso nunca pude hacerme amiga de ella. Al comienzo la ignoraba, pero en cuanto más crecía, me di cuenta de que no me podía quedar sin hacer nada; porque cuando cumpliera la mayoría de edad sería la hora de irse y no tendría un hogar otra vez.

Con la excusa de estar más cerca del Sr. Mateo y de mis orígenes, dediqué mi vida al ejército.

El Sr. Mateo me apoyó aunque estaba algo disgustado; así que literalmente tenía que aceptar todo lo que me decía, entonces me dijo que primero disfrutara mi vida adolescente, de paso que cuidara a Valeria ya que era algo reprimida, y que después cumpliría mi sueño.

Sé que no fui la mejor con ella y no trato de excusarme, pero no podía controlar mi boca, la dañé o dicho de manera más bonita, le enseñé a ser fuerte. Sí la molestaba, pero no es que le buscara pelea a todo; aunque he de admitir que cuando estaba con ella, se me subían los humos inmediatamente.

Predestinados Y No PredestinadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora