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La vida de alguien que depende física, mental y emocionalmente de otra persona suele ser muy bella sólo cuando no hay miradas procastinadas, mas cuando se vive a más de quinientos kilómetros de distancia de la sonrisa y de los besos de la mujer que te derrite, la felicidad comprende un éxodo de tu cabeza dándole lugar a un vacío extenuante.
A eso, amor, le llamo: castigo desde el púlpito.
El destino y la vida divina me están dando el placer de tenerte como novia desde hace tiempo y sin haber cometido nunca un error, ni en contra de nosotros, me están castigando ya que para mí, no hay una pesadilla más horrible que la de no sentir tu piel en días, tu suavidad de pies a cabeza, semejante a la de la arena del mar.
Me castiga la vida con lo peor, no verte a los ojos y decirte te amo al oído, sufro por no besar cada parte de tu cuerpo en semanas.
Mis gafas han sido limpiadas ya por las lágrimas de no escuchar tu voz en mi cuello.
Desde el púlpito del mundo, o séase, desde la más grande sensación de ser tu novio, tengo la desesperación de no ver a la que será la dueña de mi vida entera.
Yo aquí, tú allá, a pocos días de volver a sentir tu sudor, no puedo dormir, la vida de alguien que ama y enloquece por ti pero no te tiene cerca, es como caer de ese púlpito y quitarse la vida.
La vida lejos de ti, preciosa, es muy horrenda.