20.
Días después desperté por el sonido de las olas golpeándose unas con otras, tu voz me guiaba hacia el vórtice de las sospechas en donde pronto encontraríamos el mayor de los placeres, donde tus manos entrañables plantaron su calor en mi cuerpo, donde tu mirada lisa me desintegró, por tus ojos estelares, por tus besos sabor a fe.
Escuchaste la lluvia al pasar las horas, casi posterior a asesinarme con tus terremotos labiales y no cesaste, te comprimiste en mi aliento debido a la gran cercanía que había entre tu corazón y el mío, el mío en tu mano.
Corrió el mar de segundos y con él se llevó millones de suspiros que existieron en medio de tu pecho y el mío, corrió como el penetrante olor a tu existencia entre mis papilas gustativas, como el sudor que enardecido suministró nuestras eufóricas almas por dar la vida con tal de seguir ardiendo en esa mirada.
Retornaron los sueños blancos en donde somos protagonistas de una revolución carnal, la menta en tu boca hizo de las suyas en mi paladar, ahí donde encuentro el gusto por el buen trato de tu lengua.El mueble de cuatro cornisas redactó el guión de este drama que principió con tu blusa roja en un tornado de minúsculas texturas que erizaron tus tejidos y que concluyó con tu sonrisa alumbrando mi corteza, dosificando el dulzor de tu saliva mientras extasiados y enfáticos, empáticos, fatigados, terminamos de hacer el amor solo con la mirada, con la respiración.
Estimulamos nuestros vívido amor, el cual, por el carácter de las sensaciones, se jacta de ser un acuerdo eterno que busca existir entre tú y yo en todas las realidades.
Tengo memorizado cada uno de tus lugares más exóticos pero poseen peligrosidad, me he acercado y siempre estoy anonadado, enamorado o simplemente con ganas de llevarte al espacio y morir de asfixia por falta de oxígeno en nuestro fuego.
Tu perfume modificó el posicionamiento de los poros de mi piel porque ahora solo quieren liberarse para captar el olor de tu cuello, de tu espalda, de tus más grandes maravillas.
Las olas que me habían despertado me estaban llegando lento, primero recubrieron mis pies donde salté, hasta mi corazón donde te amé y te amaré el resto de mis pulsaciones cardíacas y sexuales.
Es adictivo estar en tu fineza, aquella que dibujó mi felicidad desde que te vi, te retribuyo mi alegría, te atribuyo mi eterna generosidad, te atribuyo el cielo, te atribuyo el amor, te atribuyo el ser una deidad.
La mujer de mi vida está en medio de las olas de ese inmenso mar, donde andaremos descalzos hasta encontrar un lugar en donde repetir miles de veces este día.
La mujer que amaré toda mi vida me sedujo con el vaivén en su mirada y las oscilaciones de su boca, me derritió con su presencia.
La mujer de mis sueños, con un rostro valuado en millones de pétalos de hojas doradas pero que nunca dejará de brillar por su sonrisa.
La mujer que posee y poseerá mi amor eterno, quien causa este sollozo aterciopelado en mis redes capilares y sentimentales.
La mujer que es mi novia, la que me vuelve loco.
La mujer que amo con las fuerzas naturales.
La mujer, mi mujer, me encantas, me fascinas, me elevas, rogando que no desaparezcas y pidiendo que no dejemos de oír las olas del mar.
Todo esto pasa cuando estás.