Coyoacán

34 0 0
                                    

8.

El camino de antaño nos ha hecho tropezar más de una vez, en un momento asentí a tu pregunta sobre el color del cielo, gotas caían con carencia a un torrencial pero decidimos no correr porque el café estaba a dos calles.

Acomodé tu vestido, mismo que horas antes había desprendido de tu alma, el labial en mi pañuelo podría ser una marca de lo que escondíamos ese día. Lo hicimos lento pero suspirábamos rápido porque querías un café de la librería, cerraba en treinta minutos.

Ordenaste un Capuchino para ti y un Espresso para mí, mientras pasaba las páginas de "Pedro Páramo" colgaste tus piernas en las mías, estaban frías, suaves y un poco marcadas. El diluvio avisaba de un retraso en el horario habitual, no queríamos llegar a casa, tomé mi suéter, lo coloqué en tu pecho y salimos al mar de miradas, de críticas, de opiniones, también a la lluvia.

Después de una larga plática de lo que éramos hace unos años y después de un acervo interminable de besos en la mejilla, en la boca, decidimos irnos.

El organillero seguía tocando la misma canción que sonaba con el sonido de nuestra cama, le diste diez pesos para que tocara otra pieza, pensé que era cortesía pero era porque querías bailar conmigo. En medio del jardín recién húmedo, con displicente lluvia bailamos un bolero bajo un faro de luz amarilla, con los zapatos mojados, sobre un charco del Capuchino que tiraste al saltar hacia mí.

Tuvimos una reunión con los ejecutivos, habíamos promocionado el producto, quedaron fascinados, la investigación que habías hecho fue reconocida alrededor de la ciudad, orgulloso de ti, te llevé a celebrar a un restaurante donde comimos una hora y luego nosotros otras dos.

La botella de vino seguía rota cundo volvimos a casa, recuerdo que la había estrellado la noche anterior porque había cumplido años uno de nuestros gatos. Dormiste bajo mis hombros toda la noche, inhalé tu aliento con sabor a chocolate.

Amaneció nublado otra vez, el sol se escondía entre mis brazos y la estrella era tapada por las nubes.

Vertiste cuatro onzas de café en mi taza, pausé el análisis técnico de ése día porque era día festivo y la Bolsa de Nueva York no operaba así que fuimos al centro de Coyoacán, decidimos usar el mismo vestido, tú, el mismo traje, yo.

Casualmente era treinta de octubre y fuimos al cine pero como desde hace décadas, no vimos la película, celebrábamos un año más desde que te comencé a adorar. Porque en octubre fue cuando me enamoré de ti, es posible que desde antes, en efecto, desde mucho antes.

Probamos algo diferente en cada local, te besaba en cada banca, te amaba en cada segundo. El kiosco admiró nuestro calor porque la temperatura nos obligaba a estar abrazados todo el tiempo.

Cada jardín, cada escultura, cada cuadro, cada óleo, cada museo, cada librería, cada café, cada beso me hacía pensar en lo perfecta que es mi vida contigo.

Nos sentamos en la silla de la iglesia, le pedí al organillero que tocara nuestra canción, nos pusimos a recordar nuestra vida hace teinta años, cuando teníamos dieciocho y nos juramos amor eterno, te leí "Coyoacán" y otros textos que te había impregnado hace mucho tiempo

Seguimos enamorados como antes, nos seguimos amando, hemos logrado los objetivos de cada uno y en conjunto.

Corrientes filosóficas fueron creadas para entender la idea del hombre, su acción y su pasar por el mundo, pero nadie pensó en crear una que expresara lo que se siente oler a ti, admirar el cielo caer sobre nuestra séptima taza de café, ver tus ojos, besar tus rojos y fríos labios, pronunciar tu nombre en la librería, amarte mientras camino de tu mano por los jardines de Coyoacán.

Textos Amateurs De Un Amor Experimentado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora