Ashton no había despertado, y yo apenas abría los ojos. Me levanté lentamente y no pude dejar de observarlo cautelosamente, imaginándome qué sería levantarme con él cada vez que quisiera. Me acerqué, viéndolo por encima, su respiración lenta, la forma en que su pecho subía y bajaba con tranquilidad, una que me acorbadaba el corazón, pues solo pensé en cuánto lo extrañaría si se me escurría de las manos alguna vez.
—¿Te gusta la vista? —su voz me alarmó hasta el punto de casi caerme de la cama de un sobresalto.
—Oh, por Dios, ¡Ashton! —llevé mi mano al pecho intentando controlar mi ritmo cadíaco. Él empezó a reirse, y se sentó con pesadez.
—Estoy levantado desde hace una hora —me miraba con diversión, y me sentí como si me hubieran descubierto en una travesura. Mi cara se tornó roja de la verguenza.
—Y... ¿Por qué te quedaste ahí? —intenté no sonar tan tonta.
—No quería levantarte. Además, es lindo verte dormir, pareces un gato —se estaba burlando de mí.
Lo reproché con la mirada.
—Hasta sin peinar te ves genial, ¿Cómo lo haces?
Abrí los ojos de más y me escondí entre las sábanas. No, Dios, no me podía ver de ese modo.
Su carcajada se apoderó del espacio y me apretujé más contra la cama y escondí mi cara en la almohada.
—Eve... —empezó a jalonear la sábana, pero se lo impedí.
—Ni se te ocurra. No me verás en esas condiciones.
—Sabes que si nos casamos te veré así todos los días y para mí continuarás siendo perfecta, Eve Giordano. Porque fuiste y serás hermosa, de eso que no te quepa duda.
Me tomé un momento para reconocer sus palabras, para entender que eran para mí, y lo que en verdad quería decir ¿Me vería con las mejillas rojas? ¿Era tan notoria?
—Vamos, rubia... —siguió intentando quitarme la sábana. Abrí un hueco para sacar mi rostro y me quedé mirándolo.
—Nunca me propusiste matrimonio, y nunca te dije que sí.
—Nunca te pedí ser mi novia, y nunca dijiste que sí —se encogió de hombros —cuando las cartas están sobre la mesa —se acercó coquetamente hacia mí, con una media sonrísa juguetona —preguntar que tienes está de más —me envolvió completamente hasta ahogar mis sentidos y olvidar la manera en que circulaba la sangre en mi sistema. Solo algo estaba funcionado y era mi sistema nervioso, aumentando el ritmo, el latido de mi corazón. Sentía ese delicioso martilleo en el pecho que me indicaba que estaba cegada por una locura de la cual no querí salir.
Quedó a centímetros de mí, rozando su nariz junto a la mía y podía jurar que no había momento más tranquilo que este. Su voz era melodía para mí, su tacto, se estaba convirtiendo en adicción sin él saberlo.
Le sonreí de una manera que no suelo hacer: retadora, curiosa, divertida, provocadora. Nunca me había sentido a tal grado de querer más de alguien.
Quedé casi a horcadas en el. Me agarró la cintura, acariciando la parte de piel debajo de mi blusa.
Podía verlo en sus ojos, por esa cabeza ingeniosa, pasaban muchas cosas.
Me besó la nariz con ternura y dijo:
—¿Ian está aquí verdad? Es mejor... —tomó en su dedo un mechón, y empezó a juguetear con él —demostrarte cuanta atención puedo posar en tí, en otro momento, aunque me cueste —le sonreí con ternura esta vez. Tenía razón. Aún en estás situaciones, lograba pensar con claridad.
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El inesperado cliché
RomanceEn un instituto donde las cámaras son el motivo de alegría, las porristas son la sensación, y los futbolistas son los candidatos especiales y únicos en la lista, se crean las múltiples historias clichés que todo adolescente, en algún punto de su vid...