Esposa

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No hay un día específico para aventurarse a comprar la primera cosa que se vea a través del cristal de una tienda. Como de costumbre, ella esperaba a su esposa cerca de los estantes cercanos a la caja registradora, observando todo detalladamente como si estuviera planeando una compra real.

—Disculpa. ¿Está en la fila? — preguntaron detrás de ella.

—No, no, adelante— respondió la castaña con una sonrisa, apartándose a un lado. No se había dado cuenta de que ella misma se había unido a la fila.

—Gracias. ¿Eres de por aquí? — preguntó la chica, arreglando su cabello un tanto desordenado.

—No exactamente. Nos mudamos hace poco— respondió mirando hacia la caja.

A la pelirroja no le importó el verbo en plural que había usado, ni la expresión en el rostro de la chica que gritaba, estoy con alguien. Así que continuó la conversación que había comenzado y que no tenía intención de terminar.

—¿Cuál es tu nombre?

—Samantha— respondió, rodando los ojos y dejando escapar un suspiro.

—Mucho gusto, Samantha. Yo soy Ava— dijo la pelirroja mientras la miraba de forma coqueta. —Eres muy guapa. ¿Tienes novio?

—No— respondió Samantha, mirándola seriamente y esperando el momento preciso para soltar la bomba.

—¿Entonces novia?

—Tampoco.

La chica se estaba creyendo que Sam estaba cayendo en sus encantos, pero no se imaginaba lo que la chica de la sonrisa encantadora le diría a continuación.

—Qué bien. Tal vez tú y yo podríamos...

—Tengo esposa— respondió Samantha, volviendo a sonreír y apartando la mirada de la chica. Le encantaba decir eso a cualquiera que se le acercaba coquetamente.

—¿Estás lista para irnos, amor? — extendió la mano hacia la mujer que se acercaba con una bolsa en la mano.

—Sí, cariño— Sam la besó.

—Que tenga un lindo día— se dirigió a la chica, que se quedó anonadada por lo que acababa de suceder.

La mujer a su lado, ajena a la situación.

—Lo volviste a hacer, ¿verdad? — preguntó, mientras Sam le rodeaba la cintura con uno de sus brazos.

—¿Tú que crees? — Sam la miró sonriente.

—Deberías bajar un poco tu ego— Lena vaciló.

—¿Ego? Mi ego no tiene nada que ver con el hecho de que esté felizmente casada con la mujer más bella de todo el maldito planeta— la abrazó y la llenó de besos mientras caminaban al auto entre risas, y juntas se dirigieron a casa.

—En dos meses es nuestro aniversario, ¿qué te gustaría hacer esta vez? — gritó Sam desde la cocina mientras se servía una taza de café, luego volvió a la sala, donde Lena estaba leyendo una revista.

—En realidad, no lo sé— dijo la pelinegra para guardar silencio por un momento. —Solo sé que no quiero pasar una semana entera en un yate.

—Hey, esa semana estuvo genial. No fue mi culpa que pasaras todo el día alimentando a los peces— Sam rio, lo que hizo que Lena le lanzara la revista.

—Si no fuera por mis buenos reflejos, probablemente el café estaría ahora quemándome el abdomen.

—Y me hubiera encantado escucharte gritar de dolor. Podría haber sido algo... placentero— levantó una ceja y sonrió.

—¿Más placentero que oírme gritar tu...— no pudo terminar, ya que habían llamado a la puerta.

Lena fue a abrir, sorprendida. Su madre estaba frente a ella. Se suponía que llegaría mañana, no precisamente hoy y sin avisar. Sam apareció detrás de Lena.

—¿Mamá? — dijo sorprendida.

—Hola, Lillian— Sam siempre quiso tener una buena relación con su suegra, pero era una mujer difícil de complacer. Como siempre, Lillian ignoró completamente a Sam.

—Lo sé, hija. Debería haber venido mañana, pero surgieron algunos problemas y adelantaron mi vuelo. ¿Puedo pasar o voy a tener que dormir afuera?

—No es una mala idea— susurró Sam.

—Claro, adelante— Lena se apartó, al igual que Sam. Después de que Lillian entró, Sam se volvió hacia Lena y le hizo un puchero.

—No es mi culpa que haya venido hoy— murmuró Lena y desde la cocina, escucharon a Lillian gritar.

—No te olvides de mi equipaje, querida— Sam y Lena se miraron. Ambas dirigieron la mirada hacia las ocho maletas en la puerta de entrada.

—Sé que no se llevan bien y que quieres, tanto como yo, que eso cambie. Así que es el momento perfecto para ganar puntos— Lena señaló a Sam y salió corriendo. Sam solo rodó los ojos mientras miraba las maletas de Lillian.

—Puedo dejarlas aquí, no soy la criada de nadie y unas simples maletas no afectarán a Lillian en absoluto. Además, ¿qué tanto traerá esa mujer para solo pasar unos días con nosotras? — dijo, pero no tuvo más remedio que subir las maletas. Empezó a maldecir en voz baja mientras Lena se reía de ella y le lanzaba besos desde la cocina.

—Ya no sé qué hacer con tu hermano— dijo Lillian captando la atención de su hija.

—¿Qué ha hecho ahora? — preguntó mientras se sentaba.

—Está metido en problemas otra vez. Si al menos dejara de hacer tantas tonterías, no tendría que gastar una fortuna en abogados.

—Estás hablando de Lex, mamá. Nunca cambiará.

—Si no deja sus vicios, apuestas y venganzas estúpidas, esta será la última vez que lo ayude.

—Lex es demasiado ambicioso y, claro, no es para nada conformista, al igual que papá.

—Debería cambiar. Si no, terminará en la cárcel.

Cayó la noche, y con Lillian ya acomodada en una de las habitaciones, ambas mujeres se dispusieron a descansar.

—Odio cuando tu madre llega sin avisar— dijo Sam, saliendo del baño para acurrucarse en la cama.

—Ahora no podemos tener sexo desenfrenado porque ella está al otro lado de la pared. Tal vez incluso nos esté escuchando ahora mismo, vi eso en una película— continuó, mirando la pared un tanto perturbada.

—No seas ridícula— Lena se acercó y la besó.

—Sabes que podría ser cierto. A veces, Lillian me da miedo. ¿Estás segura de que es tu madre? — Lena no pudo contenerse y empezó a reír. —Ah... ¿Ahora te burlas de mí? — Sam fingió estar molesta.

—Solo fue tu expresión la que me hizo reír— Lena siguió riendo, y Sam la miró fijamente.

—Vaya...— la pelinegra dejó de reír cuando escuchó la voz de Sam, y la miró.

—¿Qué pasa?

—Me vino a la mente ese último día en el yate. Tú, yo y ese bikini negro que llevabas puesto. Te quedaba increíble— Sam gruñó, miró a Lena de manera pervertida y empezó a besar su cuello.

—A veces me asustas— se alejó un poco para volver a reír. —Puedes llegar al extremo con tu perversión, lo cual aceptaría encantada, pero no hoy. Mañana será un día agotador y necesitas guardar energías.

—Está bien— respondió a regañadientes. Sam se quedó observando a Lena durante un rato.

—¿Qué?

—Maldición, Lena, en serio te amo— Sam la atrajo más hacia ella y la besó.

—Te amo, te amo, te amo— por cada "te amo" que Sam le decía a Lena, un nuevo beso se marcaba en su piel.

𝑺𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒂 𝑽𝒆𝒛 | 𝑆𝑢𝑝𝑒𝑟𝑐𝑜𝑟𝑝 𝐴𝑈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora