The Crown's Price [Percy Jackson]

34.

Cassandra Thalassinos bufó en frustración, dejando caer su espada al suelo y pasó las manos por su cabello desordenandolo en el proceso. Si alguien la viese en aquel momento, podría decir que estaba loca, que estaba sufriendo una crisis o que estaba haciendo un berrinche, pero lo cierto es que la castaña tenía una guerra interna consigo misma por las constantes pesadilla que atormentaban sus sueños por la noche, al menos, desde el día en que Annabeth había llorado a mares. No quería relacionarlo con lo sucedido con la rubia, pero no le estaba quedando ninguna otra respuesta, ya que en sus sueños solía estar la rubia, Adrián y Percy constantemente, y solía ver a su novio junto a la rubia y luego con Percy.

Probablemente estaba pensando las cosas demasiado, otra vez, pero había notado ciertos patrones durante los últimos días respecto a Annabeth cerca de Adrián. Quería calmar sus dudas diciendo que sólo se trataba del proyecto de clase que debían hacer en conjunto y que a ella le servía para poder averiguar sobre su pasado sin mentirle tanto a su novio, pero Percy no ayudaba en lo absoluto a sus dudas; el azabache se encargaba de decirle todo el tiempo que Annabeth y Adrián reían juntos, que ambos fueron a comer, que ambos estaban saliendo otra vez, que ambos parecían demasiado cercanos.

Si no hubiese hecho una tregua con el azabache, le habría golpeado.

—Joder—Se quejó cuando notó la herida que se había provocado en el brazo con la espada. Estaba comenzando a sangrar demasiado y a doler, pero estaba más concentrada en sus frustraciones que en lo que ocurría—. Joder... Mierda... Ugh...

Puso su mano sobre la herida del ante brazo para apretar la zona y comenzó a moverse directamente hacia la enfermería, sintiendo la sangre en sus manos y sus dedos. No era primera vez que solía dañarse por no estar concentrada, probablemente la regañarían por dejar que sucediera otra vez, pero no había sido su intención. Es sólo que no podía dejar de pensar en que quizás Percy tuviese razón e hilara historias que no correspondían, por mucho que ella no fuese de sentir celos, no podía evitar pensar que no había otro nombre para la incomodidad que sentía.

Decidió, finalmente, no ir a la enfermería cuando uno de sus compañeros le avisó que estaban de visita Will Solace y Nico di Angelo, por lo que estaba más que segura de que Will pondría el grito en el cielo al ver su herida y Nico le repetiría lo torpe que era entre risas disimuladas para fingir que no le interesaba. Claro, una vez que estuviesen solos, le daría una malteada de alguna parte y le diría que se mejore, porque di Angelo no era del tipo de chico que supiese ser más hermético con la gente, y, por supuesto, luego llamaría a Leo Valdez y le diría lo que ocurrió, provocando que el latino fuese a Nueva Roma a regañarla por ser tan descuidada; por todo lo demás, decidió que le pediría ayuda al único semidiós con más heridas que ella en el cuerpo, y probablemente el único que siempre estaba en problemas: Percy Jackson.

Tocó la puerta de su habitación, esperando que estuviese ahí y no en entrenamiento o clases, y comenzó a ver el flujo de sangre que aún no paraba de sangrar. Si fuese una chica precavida, tendría ambrosía en su habitación, sin embargo, jamás tenía nada de eso porque hace un par de semanas no tenía accidentes, y, últimamente, sólo estaba enfocada en estudios y su investigación familiar. Quizás se estaba enfocando demasiado en eso, era la única razón para tener pesadillas constantemente con la antigua Grecia y un Percy actuando de General de ejército, y ella siendo una princesa. Sólo estaba dejando demasiada imaginación fluir de ella.

—¡Cassandra! ¿Qué te pasó?—Preguntó Percy. Al abrir la puerta su sonrisa se había borrado totalmente al ver a la castaña con su brazo herido y frunció el ceño dejándola pasar después de verificar que nadie los viera. Reyna solía ser bastante estricta a veces.

—Necesito saber si tienes ambrosía o algo que me ayude—Susurró. Hizo una mueca en cuanto el azabache tocó la herida—. ¡Duele, idiota!

—¡Bien!—Rodó los ojos—. ¿Puedes decirme qué te pasó?