Capitulo 23 // Sr & Sra Chase.

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P.O.V Elizabeth


—Nunca llegaremos —se quejó Zoë —Vamos demasiado despacio, pero tampoco podemos dejar al taurofidio.

—Muuuuu —dijo Bessie, que iba nadando a nuestro lado mientras caminábamos junto a la orilla.

Habíamos dejado muy atrás el centro comercial y nos dirigíamos al Golden Gate, pero estaba mucho más lejos de lo que parecía. El sol descendía hacia el oeste.

—No lo entiendo —dijo Percy —¿Por qué tenemos que llegar a la puesta de sol?

—Las hespérides son las ninfas del crepúsculo, Percy —respondí —Sólo podemos entrar en su jardín cuando el día da paso a la noche.

—¿Y si no llegamos a tiempo?

—Mañana es el solsticio de invierno —respondió Zoë con seriedad —Si no llegamos hoy a la puesta de sol, tendremos que esperar hasta mañana por la tarde. Y entonces la Asamblea de los Dioses habrá terminado. Necesitamos liberar a Artemisa esta mis noche.

—Necesitamos un coche —dijo Thalia.

—¿Y Bessie? —pregunto Percy.

Grover se detuvo en seco.

—¡Tengo una idea! El taurofidio puede nadar en aguas de todo tipo, ¿no?

—Bueno, sí —dijo Percy —Estaba en Long Island. Y de repente apareció en el lago de la presa Hoover. Y ahora está aquí.

—Entonces podríamos convencerlo para que regrese a Long Island —prosiguió Grover —Quirón tal vez nos de una mano y lo trasladaría al Olimpo.

—Pero Bessie me esta siguiendo a mí —dijo Percy dudando —Si yo no estoy en Long Island, ¿crees que sabrá encontrar el camino?

—Muuu —mugió Bessie con tono desamparado.

—Yo puedo mostrarle el camino —se ofreció Grover —Iré con él. Soy el único capaz de hablar con él. Es lo lógico.

Se agachó y le dijo algo al oído a Bessie, que se estremeció y soltó un mugido de satisfacción.

—La bendición del Salvaje debería contribuir a que hagamos el recorrido sin problemas —añadió Grover —Tú rézale a tu padre, Percy. Encárgate de que nos garantice un trayecto tranquilo a través de los mares.

La verdad no sabia cómo iban a llegar nadando a Long Island desde California.

Aunque también era cierto que los monstruos no se desplazaban del mismo modo que los humanos. Había visto ya muchos ejemplos de ello.

—Padre —musitó Percy —, ayúdanos. Haz que Grover y el taurofidio lleguen a salvo al campamento. Protégelos en el mar.

—Una oración como ésta requiere un sacrificio —dijo Zoë —Algo importante.

Percy rebuscó en sus bolsillos pero no pareció encontrar nada valioso, miró a contracorriente. Yo reflexioné un instante, no podía permitir que ofreciera su espada, me saqué el abrigo.

—Toma, dáselo a tu padre, Percy —dije dándole la piel del león —Al fin y al cabo siempre fue tuyo.

Percy lo tomó y se le quedó viendo unos segundos.

—Percy —dijo Grover—, ¿estás seguro? Esa piel de león resulta muy útil. ¡La usó Hércules!

Miré a Zoë que miraba recelosa la piel del león, y entonces caí en la cuenta de una cosa.

Elizabeth y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora