P.O.V Elizabeth
—Avísame cuando esto haya terminado —me dijo Thalía apretando los ojos.
Nuestra estatua nos sujetaba con fuerza; no era posible caer, pero aun así ella se aferraba a su brazo de bronce como si le fuera la vida en ello.
—Tranquila todo irá bien —la intenté tranquilizar.
—¿Vo... volamos... muy alto?
Miré hacia abajo. A nuestros pies pasaban a toda velocidad una cadena de montañas nevadas.
—No —mentí —No tan alto en realidad.
—¡Estamos en las Sierras! —gritó Zoë. Ella, Grover y Percy volaban en brazos de la otra estatua —Ya he cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.
—¡Ah, qué ciudad! —suspiró nuestro ángel —Oye, Chuck, ¿por qué no vamos a ver a esos tipos del Monumento a la Mecánica? ¡Ésos sí que saben como divertirse!
—¡Ya lo creo, chico! —respondió el otro— ¡Decidido!
—¿Han visitado San Francisco? —preguntó Grover.
—Los autómatas también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando —repuso nuestra estatua—. Los mecánicos nos llevaron al Museo Young y nos presentaron a esas damas esculpidas en mármol, ¿sabes? Y...
—¡Hank! —lo interrumpió Chuck —¡Que son niños, hombre!
—Ah, cierto —Si las estatuas de bronce pueden sonrojarse, yo juraría que Hank se ruborizó —Sigamos volando.
Comenzamos a volar con más velocidad, dejamos colinas y campos atrás, y los edificios empezaron a alzarse.
Mientras llegábamos, Grover tocaba sus flautas, Percy miraba a la lejanía perdido en sus pensamientos, Zoë disparaba flechas a las vallas publicitarias.
Thalía mantuvo los ojos cerrados todo el trayecto y no paraba de murmurar entre dientes, como si estuviera rezando.
—¡Lo has hecho muy bien! —la animé —Nuestro padre te ha escuchado.
Ella pareció algo incómoda por eso.
—Quizá... —respondió —¿Y cómo se liberaron de los esqueletos en la sala de los generadores? ¿No has dicho que los tenían acorralados?
Le hablé de aquella extraña mortal, Rachel, que al parecer era capaz de ver a través de la Niebla. Pensé que talves iba a decirme que estaba loca, pero ella asintió.
—Hay mortales así —dijo —Nadie sabe por qué.
—Bueno, esa chica era un poco extraña —continué —Pero me alegro de no haberla atravesado con mi espada, me hubiera sentido muy mal.
Thalía asintió.
—Debe de ser bonito ser un mortal como los demás.
Lo dijo como si hubiese pensado mucho en ello.
—Si... Sin duda sería muy bonito... Pero aún así me alegro de ser una mestiza, de lo contrario tal vez nunca los hubiera conocido.
Thalía abrió los ojos y me sonrió.
—Si... supongo que no es tan malo después de todo —concluyó.
* * * * * * * * *
—¿Dónde quieren aterrizar, chicos? —preguntó Hank, despertándome de una pequeña siesta.
Miré hacia abajo.
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Elizabeth y La Maldición del Titán
Hayran KurguSeis meses han pasado desde que Elizabeth y sus amigos regresaron del mar de los monstruos, ahora Elizabeth, Thalía y Annabeth llevan un vida académica tranquila pero nada sencilla, o así es hasta que una llamada de auxilio llega. Elizabeth recibe a...