Capítulo 3 // Las cazadoras

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P.O.V Percy

Yo no sabía qué clase de monstruo sería el doctor Espino, pero rápido sí que era.

Tal vez podría defenderme si lograba activar mi escudo. Sólo tenía que apretar un botón de mi reloj. Ahora bien, proteger a los Di Angelo ya era otra historia.

Tomamos un camino nevado que apenas alumbraban unas farolas anticuadas. Me dolía el hombro, y el viento que se me colaba por la ropa desgarrada era tan helado que ya me veía convertido en un cubo de hielo.

—Hay un claro más adelante —dijo Espino —Allí convocaremos a vuestro vehículo.

—¿Qué vehículo? —preguntó Bianca— ¿Adónde nos lleva?

—¡Cierra la boca, niña insolente!

—No le hable así a mi hermana —soltó Nico.

Le temblaba la voz, pero admiro que tuviese agallas para replicar.

El doctor soltó un horrible gruñido. Eso ya no era humano. Me puso los pelos de punta, pero hice un esfuerzo para seguir caminando como un chico obediente.

—Alto —dijo Espino.

El bosque se abría de repente. Habíamos llegado a un acantilado que se alzaba sobre el mar. Al menos yo percibía la presencia del mar allá al fondo, cientos de metros más abajo.

Oía el batir de las olas y notaba el olor de su espuma salada, aunque lo único que veía realmente era niebla y oscuridad.

El doctor nos empujó hacia el borde. Yo di un traspié y Bianca me sujetó.

—Gracias —murmuré.

—¿Qué es este Espino? —murmuró—. ¿Podemos luchar con él?

—Estoy... en ello.

—Tengo miedo —masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal, me pareció.

—¡Basta de charla! —dijo el doctor Espino—. ¡Mirenme!

Nos dimos la vuelta.

Ahora sus ojos bicolores relucían con avidez. Sacó algo de su abrigo. Al
principio creí que era una navaja automática. Pero no. Era sólo un teléfono móvil.

Presionó el botón lateral y dijo:

—El paquete ya está listo para la entrega.


Se oyó una respuesta confusa y entonces me di cuenta de que hablaba en modo walkie-talkie. Aquello parecía demasiado moderno y espeluznante: un monstruo con móvil.

Eché una ojeada a mi espalda, tratando de calcular la magnitud de la caída.

Espino se echó a reír.

—¡Eso es, hijo de Poseidón! ¡Salta! Ahí está el mar. Sálvate.

—¿Cómo te ha llamado? —murmuró Bianca.

—Luego te lo cuento —le dije.

Tal vez lograra convencer a los Di Angelo para que saltasen conmigo.

Si sobrevivíamos a la caída, podría utilizar el agua para protegernos. Ya había hecho cosas parecidas otras veces. Si mi padre estaba de buen humor y dispuesto a escucharme, quizá me echase una mano... Quizá.

—Yo te mataría antes de que llegases al agua —dijo el doctor Espino, como leyéndome el pensamiento—. Aún no has comprendido quién soy, ¿verdad?

Elizabeth y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora