Capitulo 24 // Monte Tamalpais

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P.O.V Elizabeth.

—¿Es que no corre más este auto? —preguntó frustrada Thalia.

—¡Tenemos que ir más rapido! —Solté

Zoë nos lanzó una mirada furiosa.

—No puedo controlar el tráfico ¿Okey?

—Suenan igual que mi madre —nos dijo Percy.

—¡Tu cierra el pico! —respondimos al mismo tiempo las tres.

Avanzábamos serpenteando entre los coches por el Golden Gate. El sol se
hundía ya en el horizonte cuando llegamos por fin al condado de Marin y salimos de la autopista.

Ahora la carretera era estrechísima y avanzaba en zigzag rodeada de bosques, subiendo montañas y bordeando escarpados barrancos. Zoë no disminuyó la velocidad.

Por el caminó había un olor muy curioso, algo así como...

—¿Por qué huele como a pastillas para la tos? —preguntó Percy robándome las palabras de la boca.

—Son eucaliptos —repuso Zoë, señalando los enormes árboles que nos rodeaban.

—¿Es esa cosa que comen los koalas? —dijo él.

—Y los monstruos —contestó —Les encanta masticar las hojas. Sobre todo a los dragones.

La miré sorprendida, mira, algo nuevo se aprende todos los días.

—¿Los dragones mascan hojas de eucalipto? No tenía ni idea.

—Créeme —dijo Zoë —si tuvieras el aliento de un dragón, tú también las mascarías.

No se lo discutí, pero mantuve los ojos bien abiertos. Ante nosotros se alzaba el monte Tamalpais. Supongo que, para ser una montaña, era más bien pequeña, pero parecía inmensa a medida que nos acercábamos.

—O sea, que ésa es la Montaña de la Desesperación —Solté, había oído hablar de ella un par de veces pero no sabía gran cosa.

—Sí —respondió Zoë con voz tensa.

—¿Y por qué la llaman así? —cuestionó Percy.

Ella permaneció en silencio durante casi un kilómetro.

—Después de la guerra entre dioses y titanes, muchos titanes fueron castigados y encarcelados. A Cronos lo cortaron en pedazos y lo arrojaron al Tártaro. El General que comandaba sus fuerzas, su mano derecha, fue encerrado ahí, en la cima de la montaña, junto al Jardín de las Hespérides.

—El General —dije, un escalofrío me recorrió la espalda.

Las nubes se iban arremolinando alrededor de la cumbre, como si la montaña las atrajera y las hiciera girar como peonzas.

—¿Qué es eso? ¿Una tormenta?—dijo Percy mirando al cielo.

—No, no lo es, bueno al menos no de mi padre —dije, no sé cómo pero de alguna manera lo sabía.

—Tenemos que concentrarnos —advirtió Thalia —La Niebla aquí es muy intensa.

—¿La mágica o la natural?—pregunto Percy.

—Las dos.

Las nubes grises seguían espesándose sobre la montaña. Y nosotros nos
dirigíamos hacia allí. Habíamos dejado el bosque atrás para internarnos en un espacio abierto plagado de barrancos y rocas.

Miré el mar cuando pasábamos por una curva que se abría a una gran panorámica y vi algo que me hizo dar un bote en el asiento.

—¡Mirad!—dijo Percy, que al parecer también lo vió.

Elizabeth y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora