花「1」

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Un silencio sepulcral invadió la sala, un ambiente tan denso que hacía que el aire que estaba dentro de la misma fuera difícil de respirar, tan caliente que todo su alrededor se impregnó de un hedor, uno tan horrible como su procedencia. El calor hacía que el olor a descomposición se hiciera cada vez más presente, si pudieras entrar allí dentro, probablemente no resistirías la fatiga procedente del cuerpo sin vida que estaba en medio de aquella habitación vacía.

Tan desagradable era que ni siquiera los muebles deseaban formar parte de la neurótica obra de arte que habían hecho en el suelo blanco perlado con la sangre que emanaba de la cabeza de aquel cadáver, que sin voz podía contarte lo duro que había sido su final y que sin vida en sus ojos podía ver a través de ti para que supieras que tan crueles habían sido con él.

El liquido rojo se deslizaba lentamente por la estancia, burlándose del tiempo, de aquel chico que no podía hacer lo mismo. Le recordaba que tenía todo el tiempo del mundo para ir todo lo lento que deseara, a diferencia del otro, quien se había quedado sin la capacidad de mover un dedo entre las cuatro paredes de su tumba. Lo único que podía hacer era consumirse como parte de un todo en el ciclo de la vida y la muerte.

Las manos que alguna vez fuero cálidas, ahora, eran frías, estaban rígidas y costaba creer que alguna vez fueron parte de una vida latente que se consumía día a día. Bajo las palmas, su propia sangre se escurría, trazando caminos ramificados desde sus antebrazos, clavados en el mismo suelo con un par de puñales de un acero, tan frío como el cuerpo, fijados a él como si fueran las raíces de un moribundo árbol que no tenía esperanzas de volver a florecer.

Su pelo oscuro cubría su frente, pero nunca tapando su descompuesta mirada, la cual iba dirigida al techo, aquellas largas pestañas que alguna vez fueron la parte favorita de otra persona, esas pupilas dilatadas mirando fijamente hacia donde una vez estuvo el culpable de su condición. 

No había a quien culpar, porque nadie estaba allí. La soledad fue el único testigo, también el confidente de su último deseo, el cual nunca podría saberse, puesto que la soledad, más que amiga, te absorbe como su pertenencia reclamándote como propiedad y despojándote de la voluntad de intentar actuar.

Quizás su historia sería contada, algún día, cuando nadie tenga intención de ocultarla, entonces toda una sociedad lloraría por él, como otra víctima más a la que ejemplificar y alabar tras su muerte cuando en vida fue un rechazado tachado de excéntrico y estrafalario.

Y la última palabra que tuvo la desgracia de escuchar era...

— ¡Corten! ¡Muy bien chicos! Hemos acabado por hoy. — La voz profunda sonó por el set de filmación sacando a todos los presentes que observaban la escenas con estupefacción, casi como si se tratase de una obra de arte que había sido trazada detalladamente para evocar el mismo siento desolador de una muerte solitaria. — Ha sido un buen día de filmación, recojan y vayan a salvo a casa... — Todos aplaudieron a continuación agradeciendo las palabras del joven director. 

Este bajo de su silla y se dirigió a extenderle una mano a la persona que estaba tumbada en el suelo del plató, interpretado el papel de cadáver del final de su película. El chico tomó la mano y se puso en pie tras comprobar como el vestuario estaba completamente cubierto de la sangre de pega que se utilizaba en el cine. — Esto es un asco... Parece incluso de verdad.— Dijo provocando una risa en el otro. — Pero huele a pegamento. — Felix dejó salir otra carcajada.

— Gracias por ayudarme con la última escena de mi película, Minho. — Agradeció él sinceramente, tomando su mano de nuevo. El mencionado hizo un gesto para restarle importancia. — Puedes cambiarte en los camerinos, ya he terminado de grabar todas las escenas. De verdad, muchas gracias. Eres genial. El mejor. — Minho notó como escapaba de él una sonrisa orgullosa

𝐅𝐋𝐎𝐖𝐄𝐑𝐒〡 Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora