Capítulo XXII: "Amicum"

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Levitate — twenty one pilots

—Vamos, Roman, tú puedes hacerlo.

Eran las palabras que repetía todo el tiempo en susurros para darse apoyo mientras miraba los objetos que se volvieron de oro —solo cosas pequeñas, no quiere que pase lo mismo que con el colchón—.

—Concéntrate.

Inspiró profundamente y soltó el aire lentamente, con su mano izquierda —la que sigue con el guante puesto— tomó una vela, acercó su mano derecha rogando en susurros que nada le pase a la vela, sin embargo apenas la tocó el objeto se convirtió completamente en oro.

No sabe exactamente cuanto tiempo pasó desde que Remus dejó la habitación, pero los objetos dorados le dan una pista de cuanto, se podría decir que estuvo más de treinta minutos encerrado sin esperar interrupciones.

Bueno, hasta que escuchó la puerta abrirse.

Soltó la vela al voltearse y tanteó en donde había dejado el guante de oro, convirtiendo algunas cosas por accidente.

El joven sirviente de cabello oscuro se quedó petrificado en el marco de la puerta, apretaba su puño alrededor del plumero en su mano izquierda, abrió la boca con la intención de gritar a lo que Roman hizo un gesto de que guardara silencio, sin embargo el sirviente comenzó a gritar de la impresión al ver como el príncipe convirtió una decoración de porcelana en oro al pasarla a llevar. Roman no sabía que hacer en ese momento, le rogaba en susurros al sirviente que no gritara mientras se acercaba, no tuvo más opción que cubrirle la boca con una de sus manos para que se callara. La mano derecha.

Roman quitó su mano al percatarse de que aún no se ha puesto el guante, el sirviente intentaba abrir la boca la cual ahora está sellada, poco a poco el oro se esparcía por su rostro, su garganta dolía por todos los intentos que tuvo de gritar por lo que le sucedía.

El castaño tomó el guante y se lo puso, el sirviente intentaba quitarse con sus uñas el oro en su boca, sin tener ningún éxito, solo alcanzó a dejarse rasguños que desprendían algo de sangre en las partes que aún eran piel.

Roman miró su alrededor buscando alguna manera para solucionar esto, no obstante, en cuanto escuchó pisadas acercándose y recordó la puerta abierta buscó por los bolsillos del sirviente la llave de esa habitación —tenía un manojo de llaves, lo cual hizo que su desesperación creciera— y salió de la habitación, cerrando la puerta sin importarle los quejidos ahogados que emitía aquel pobre joven.

Con mucha dificultad a causa de sus manos temblorosas y los guantes intentó adivinar cuál de todas las llaves era la que cerraría esa habitación, se relajó un poco al darse cuenta de que nadie estaba en ese pasillo, solo un par de sirvientes que conversaban en lugar de hacer su trabajo, están demasiado lejos como para escuchar el portazo que produjo el príncipe. Debió confundir las pisadas o fue algo producido por su paranoia. Con más detalle buscó la llave que fuera compatible con la cerradura hasta que la encontró, cerró la puerta con llave y rogaba que nadie abra esa puerta, tal vez deba hacer algo para trabarla.

Al ver un florero en el pasillo tomó una de las flores y le cortó un pedacito del tallo —pequeño y delgado—, se quitó el guante y lo transformó, volvió a ponerse el guante y con mucho cuidado introdujo el tallo de oro en la cerradura hasta que se quedó trabado, ahora ninguna llave podrá entrar en la cerradura.

Soltó el aire que tenía retenido y se alejó de esa habitación, nadie sabrá lo que pasó, nadie debe saberlo.

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Gold [Logince] (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora