-A la noche iré a verla... si vuelve a llamar dile eso.
Su madre asintió y ellos dos salieron de la casa.
-Tú no estás realmente enamorado de Kendra -habló Roy mientras ambos caminaban hacia la caballeriza. Francisco iría a buscar a White.
-¿Por qué lo dices? -preguntó extrañado.
-Porque si la amaras realmente... le harías un espacio aunque te estuvieras muriendo. Solo estás con ella por costumbre. Y créeme cuando te digo que eso no es amor.
-¿Y tú que sabes del amor? -inquirió divertido el rubio.
-Yo estoy enamorado. Solo que soy un maldito cobarde y no me animo a decírselo.
-¿Y por qué no te animas, tonto?
- Francisco, es la hija de un acensado. ¿Acaso no has visto como terminan ese tipo de romances?.
Si ella llegara a tener algo con un simple peón como yo, su familia sería capaz de darle la espalda y dejarla en la calle... en este caso en medio del campo.
Francisco esbozó una pequeña sonrisa y despeinó un poco el cabello del rubio. Roy apenas tenía 19 años y ya sufría de aquella manera tan pasional.
-Liliana no es de esas que menosprecian a los peones. Es más,... tú también le gustas.
Alex dejó de caminar. Francisco lo miró realmente divertido.
-¿Cómo sabes que le gusto? -preguntó atónito.
-Me lo dijo un pajarito -se hizo el misterioso.
Le encantaba poner nervioso a Roy. Principalmente cuando se trataba de la pequeña Liliana. Con apenas 17 años, aquella niña rompía más de un corazón por aquellos lados.Y Roy no era la excepción. Roy casi corrió detrás de Francisco y lo llenó de preguntas, intentando sacar alguna información que le dijera como sabía que Liliana también sentía algo por él. Pero Francisco no soltó nada. Aunque a decir verdad no sabía mucho. Pero no hacía falta saberlo. A Liliana se le notaba a leguas el amor por Roy. Y viceversa. Solo tenían miedo. Miedo de las reacciones de los demás. Miedo de la desaprobación, siendo que amar a alguien no es nada malo.
El rubio soltó un suspiro. A veces él mismo se preguntaba como era amar realmente a alguien. Kendra era su novia desde los 17 años y jamás sintió las tontas cosquillas en la panza, la tonta sensación de no querer dejar de verla nunca. ¿Sería eso normal? Él no lo sabía.
Distinto había sido cuando era un niño y había sentido algo por una niña que le rompió el corazón el día en que se fue y no volvió jamás... todavía le dolía. Frunció el ceño. ¿Cómo podía dolerle algo tan... tonto? Era un niño. ¡Los niños no saben nada de amor!.
Llegaron al establo. La mayoría de los peones estaban allí arreglando los líos que había hecho el caballo blanco y discutiendo de las nuevas medidas que tendrían que tomar para controlarlo. Pero al instante en que vieron a Francisco guardaron silencio. Para ser uno de los peones más joven, después de Roy, a Francisco le tenían mucho respeto. No solo por ser el encargado de todo, sino que se lo había ganado con el correr de los años.
Habiendo nacido y criado en aquellos campos, nadie conocía ese lugar tanto como él. Tal vez otro que todavía tenía más antigüedad que el rubio en esos lados era el viejo Pedro. Pero Pedro era más una especie de abuelo para todos que una autoridad.
-Voy a ir a buscar a White -habló a Francisco -Prepárenme a Helios, ¿si?.
Al instante se pusieron en marcha. Francisco se acercó al anciano de cabellos blancos.
-Gran susto me dio el potrillo -dijo Pedro. Francisco apoyó una de sus manos sobre su hombro.
-No estás herido, ¿verdad? -quiso saber.
-No no no, no me ha hecho nada. Solo hizo una de sus típicas pataletas. Al parecer hoy no está de humor.
-Tampoco yo -aseguró el rubio. Terminaron de preparar a Helios. Era uno de los pocos caballos pura sangre que quedaban en el campo. Por ende, era uno de los mejores. Claro que no superaba ni por asomo a White. Y Francisco se sentía orgulloso de eso.
-¿Quieres que te acompañe? -le preguntó Roy mientras él se subía al caballo. Francisco se acomodó y luego miró a su primo.
-No, gracias. Necesito que te quedes a supervisar como van con el marcado de las vacas. He escuchado que andan robando las vacas que no tienen marca. No quiero más perdidas.
-Está bien -murmuró royAlex -Ve con cuidado por favor. Deberías llevar tu arma por si acaso. Dijeron que hay varios pumas por la zona.
-Tranquilo, Roy -dijo divertido el ojiazul -Estaré bien.
-Yo no estoy preocupado por ti, pelmazo -aseguró -Solo me preocupa que te suceda algo y luego sea yo el que tenga que soportar a la tía Paula.
Francisco soltó una estrepitosa carcajada y salió rápidamente del establo. A veces Roy tenía cada ocurrencia y lo hacía sentirse un poco mejor. El buen sentido de su primo lo sacaba de su apestoso mal humor. Helios comenzó a adentrarse en el bosque. Francisco estaba siguiendo el camino que los demás peones le habían indicado. Pero en realidad no tenía ni la menor idea de en dónde podía ser que White estaba. Comenzó a aminorar la marcha cuando el sonido de una cascada llegó a sus oídos. Y entonces recordó que por allí estaba el pequeño arroyo... hacía tanto que no iba a ese lugar. Detuvo a Helios y se bajó con cuidado. Sin hacer ruido caminó hasta asomarse y observar la pequeña porción de paraíso que allí había. La cascada caía con fuerza, llenando el lugar del ruido más bonito del mundo. Y entonces lo vio. Allí estaba el gran caballo blanco tomando agua. Decidió hacerse ver... White casi nunca huía de él.
-Eeey, compañero -lo llamó. El caballo se volteó a verlo y resopló -¿Qué significa eso? Más respeto con tu cuidador... -volvió a rechinar y meneó la cabeza. Francisco sonrió y se acercó con cuidado -¿Qué te pasa hoy? ¿Por qué hiciste todos esos líos? ¿Acaso era necesario? -White dio unos pasos hacia atrás -Oye, oye... no te alejes de mí. Solo quiero que vayamos para la estancia. Tengo tantas cosas que hacer, White.
Y de repente Francisco vio aquella pequeña casita detrás del caballo. Se quedó quieto y sin poder evitarlo corrió hacia allí ¡Por dios! ¿Cómo pudo él haberse olvidado de que aquel lugar existía?.
Se detuvo frente a la puerta. El lugar se veía viejo, abandonado... y su cabeza se llenó de recuerdos de su niñez. Realmente todo era más fácil cuando era niño. Intentó abrir la puerta pero al parecer estaba trabada. Y miró a White. El caballo lo miraba fijamente, como si quisiera decirle algo. Francisco frunció el ceño y bajó la mirada hacia el final de la puerta. Se agachó y limpió un poco el polvo...
"Salvaje, esto no es correcto. Yo no debería tallar puertas, pero creo que solo por hoy es necesario. Mañana me voy y quiero que cuando te sientas triste y no tengas con quien hablar vengas aquí... a nuestro lugar secreto y pienses en mí... yo siempre pensaré en ti. Jamás, jamás, jamás, jamás voy a olvidarme de ti y de tus ojos. Eres el príncipe de toda princesa, suerte tengo de tenerte. Me gustaría escribirte más pero se me está cansando la mano y tú me estás haciendo tontas preguntas y no me dejas terminar tranquila...
Te amo, Francisco.
Por siempre y para siempre."
Así terminaba aquella extraña nota que él jamás había leído... hasta ahora.
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Will Horses - Adaptada-
Storie d'amorePrólogo. Que nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese. Su cumpleaños número doce. No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio,nerviosa. Sí, estaba nerviosa. Su...