Motivo

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—"Deja de enfocarte en lo académico! Salta en el lodo, juega al fútbol, persigue ranas, roba un banco! Deja de hacer sólo lo que debes hacer. Adquiere hábitos, diviertete con niños de tu edad!"

Esas fueron las alegres palabras cubiertas de euforia de su madre, mientras le hacía cosquillas para que dejara de leer sobre matemáticas avanzadas. Ella no sabía lo que estaba infundiendo en la cabeza del niño de nueve años.

Poco después llegó su cumpleaños y le regaló un balón de basket.

Fue en ese mismo patio verde donde estaba desayunando que había comenzado a practicar con su primer balón, donde solía pasar tiempo con su madre cuando no estaba en cama.

Le dio un sorbo a su té de rosas y alzó la vista. A su izquierda el asiento que su madre solía usar, de frente al inmenso jardín sembrado en flores multicolores; en frente suyo, la silla que su padre solía usar. La razón detrás de sus robos.. El doncel encerrado.. Todo eso lo estaba volviendo loco.

¿Precisamente él había tenido que encontrarlo así? ¿Los demás lo habrían visto si él no revisaba?

—Deja de poner esa expresión y come —dijo su padre, apareciendo en forma de recuerdo frente a él. El pequeño Seijurou lo miró y lo encontró con los ojos fijos en su plato, comenzó a remover los alimentos hasta tener una idea.

—Padre, sobre el partido de hoy..

—Ahora no, estoy cansado. —El pequeño pelirrojo guardó silencio durante unos cinco minutos antes de volver a hablar.

—¿Como está mamá?

—Descansando, ni se te ocurra molestarla —Sus órdenes eran absolutas, su rigidez y mirada peligrosa le helaba la sangre al niño.

Comieron lo que restaba en silencio, el pequeño dio una ligera reverencia excusándose y entró a la mansión. El Seijuro adulto echó una veloz mirada al pasillo donde dormía su madre en la planta baja. El recuerdo de una puerta apenas abierta, dejando filtrar un ligero haz de luz sobre el pasillo caoba, le retorció el estómago.

Pasó por el primer piso, viendo la habitación de invitados donde el castaño debía estar durmiendo. Caminó hasta aquella puerta oscura, elevó un puño hasta el picaporte pero se detuvo. No podía oír ni un suspiro del interior, pensó que de entrar el doncel reaccionaría como con el enfermero la noche anterior. Se dio media vuelta y fue a su habitación.

Pasó una mano por su escritorio frente a la ventana, el mismo que usaba desde niño, cuando miraba curioso el exterior cada vez que se aburría de terminar rápido con alguna materia. Observó a través del cristal la cancha de basket, recordando el día en que su madre le regaló la pelota por su cumpleaños. Su padre había estado en contra en un comienzo, diciendo que no llevaría a nada productivo realizar un deporte, pero su madre lo había convencido al decirle que necesitaba tiempo libre, jugar como otros niños, significara lo que significase aquella frase. Su padre acabó convenciéndose al pensar que un Akashi debía dominar muchas destrezas además de los estudios.

Seijurou cerró los ojos un momento, volviendo a convertirse en ese pequeño e inocente niño.

En las noches solía ponerse sus pantuflas, tomaba un libro y asomaba la cabeza por la puerta, observando con sigilo que no hubiera nadie merodeando cerca. Cuando el silencio inundaba sus oídos bajaba la escalera, caminando sonriente hacia la habitación de su madre.

La habían transferido a esa habitación de invitados en planta baja desde que la enfermedad había empeorado, para evitarle el esfuerzo de usar las escaleras.

El adulto sonrió cuando el niño miró por la estrecha abertura: su madre estaba sentada pero con los ojos cerrados, respiraba algo agitada, con su pecho subiendo y bajando constante; Su lacio cabello caía como cascadas de jugo de fresa a ambos lados de su rostro pálido, sus ojos estaban amoratados en los párpados, sus labios resecos y algo agrietados parecían de papel. Él sintió un nudo en la garganta al elevar su pequeño puño a la puerta, pero no golpeó, volvió a descender la mano mientras apretaba el libro contra su pecho.

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