Llanto

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La luz entró a la Habitación Roja cuando la puerta se abrió rechinando. Él abrió cuanto pudo sus ojos, que estaban hinchados y ardían de tanto llorar. Vio una silueta acercarse despacio, como analizándolo. Él ya no tenía fuerzas ni para gritar, contuvo el aliento y deseó que lo matara cuando sus manos se le acercaron, que alguien tuviera la suficiente misericordia como para acabar con aquél sufrimiento que él mismo no podía acabar por aquellas ataduras.

Sin embargo, el desconocido enmascarado tomó una sábana y lo envolvió casi con miedo antes de cargarlo contra su pecho, con una inesperada delicadeza.

¿Acaso iban mudarlo de casa de nuevo?

¿A dónde lo llevarían ahora?

Ya ni siquiera se molestaban en ponerle esposas, ya no temían que pudiera escapar.. Sabían que no tenía fuerzas ni para eso.

La luz lo encegueció, perdió la conciencia por momentos hasta que vio montones de personas en una especie de fiesta, pero todos tenían cara de velorio. Entonces oyó a uno de sus violadores, la piel se le erizó y su cuerpo comenzó a temblar, ¿iba a castigarlo allí, en frente de todos? ¿Era el espectáculo de la noche?

Palabras ininteligibles hicieron eco, el hombre que lo cargaba se giró y un disparo hendió el aire, petrificado del terror, miró los ojos de ése hombre antes de desmayarse: Brillaban en dos tonos diferentes.

Contuvo el aliento.

Abrió los ojos y se sentó de inmediato con un palpitante dolor de cabeza. La luz del mediodía entraba a borbotones por la ventana, un pájaro sentado en una rama cercana trinaba sin parar. Se pasó una mano por el cabello, sintiéndolo húmedo y pegajoso. Había sido el recuerdo de su rescate.. Si es que lo habían rescatado.

Se abrazó a sí mismo para detener los temblores.

¿Entonces Akashi había asesinado al cerdo perverso? ¿A aquél que lo había drogado y violado desde que el jefe ordenó que le sacaran información a cualquier precio?

Sus acuosos ojos chocolate vagaron por la habitación. Preso del pánico, se puso de pie con un brinco, causando un mareo que le hizo agarrarse de una pared. Se sujetó la cabeza hasta que el palpitar doloroso descendió, entonces sus dedos acariciaron la rugosa madera, parpadeó intrigado y se encontró a sí mismo en una cabaña.

Era una habitación pequeña pero acogedora. Tras la ventana se veían interminables hileras de arboles coronadas por un cielo nublado, a un lado había una mesa con tres sillas, un sofá y la cama; en un rincón estaba lo que parecía una simple cocina y una puerta de lo que sería el baño.

Caminó dos pasos y vio a su rescatador durmiendo en el sillón, con un brazo debajo de su cabellera fresa, su boca semi abierta exhalando aliento tibio con parsimonia; sus enigmáticos ojos cerrados en un gesto de total calma; estaba acurrucado en el pequeño sofá sin siquiera una manta sobre los hombros, encogiéndose de frío.

Algo se removió en el estómago del doncel al verlo tan incómodo y desabrigado luego de despertarse en esa amplia cama con un cobertor encima. No había ninguna sensación extraña en su cuerpo, Akashi había sido su caballero andante, lo había defendido y salvado, desde aquella noche no había dejado de tener detalles encantadores con él aún sin conocerlo.

Un dulce calor se propagó desde su pecho. Estiró la mano y acarició su mejilla, se sentía como acariciar terciopelo blanco, tan cálido y perfecto. Se arrodilló con un quejido de dolor, al notar que él no había reaccionado supuso que estaba teniendo un profundo sueño. Apreció sus pestañas oscuras, su nariz recta y sus sensuales cabellos color fresa. Sus dedos temblaron un poco al hundirse entre aquellas hebras sedosas y aromáticas, muy diferente de su propio cabello descuidado.

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