La madre noche

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CAPÍTULO CUATRO:

No pensé que el tiempo pudiera transcurrir tan rápido y con tan poco aprecio a la vez.

Ya había pasado una semana más y tampoco pensé que sería tan tedioso como lo era. Kiera se ha reunido varias veces con la intendencia para establecer algunos puntos sobre el pueblo y sus recursos, sus creencias, todo. Ellos tienen una fe basada netamente en su respeto y lealtad hacia los intendentes, en términos teístas, los miembros de la intendencia son como sus dioses, ¿sería por eso que las personas al verme bajaban la cabeza? ¿tanto respeto otorgaban? ¿o era que el miedo los gobernaba? Miedo a qué, miedo a quién. Kiera se agobia demasiado al intentar formar parte de ello, intenta no defraudarlos, como si ellos fueran algo más que simples gobernadores de un aislado pueblo, y Vera, por su parte, cada vez se vuelve más reticente y obsesa con su tarea de descubrir lo que este pueblo oculta.

Con Kiera estresada y Vera paranoica, llego a la conclusión de que en esta familia, no soy la única a la que le falta un tornillo. Ni siquiera mi padre es salvo.

Y es justo ahora, que me encuentro de pie fuera de la habitación de mi papá, desde que vinimos aquí, no he tenido la oportunidad de verlo y hablar con él, Kiera no me lo permite y sé perfectamente el por qué, aun así, necesito verlo, necesito hablarle. Me armo de valor y toco la puerta dos veces, solamente para avisar que voy a entrar, mi mano se dirige a la manija y la giro lentamente, mi determinación fluctúa y en un impulso abro la puerta de inmediato y me adentro en la habitación. La oscuridad me recibe cual madre a su hijo, mis ojos se ciegan y me mareo, la lúgubre luz que brinda la lámpara a un lado de la cama de papá convierte el escenario en algo espeluznante, llevo mi mano al interruptor de la pared y enciendo la luz, el ambiente cambio por mucho, llevo mis ojos hacia la cama, mi padre se encuentra en una posición belicosa, con los brazos a sus lados y de forma recta, duerme placenteramente. Giro para cerrar la puerta y vuelvo a él, una sonrisa forman mis labios, me acerco poco a poco.

Me siento a una lado de la cama, ya que al otro, se encuentra el respirador artificial que utiliza desde hace años cuando una tragedia ocurrió. Llevo una mano a la suya, alguna solución intravenosa se encuentra adherida a esta, con mi dedo pulgar acaricio su mano, y una lágrima cae en la mía, me limpio el rostro y sorbo por mi nariz.

—Padre...— suelto despacio, y vuelvo a acariciar su mano,—Quisiera que me escucharas, tengo tantas cosas que quiero contarte,— su pasivo rostro me transmite paz,—Te estás perdiendo mucho momentos y créeme, mis locuras son cada vez son más sorprendentes,— suelto una risa, luego estrujo el rostro y lloro,—Te necesito... mucho, mucho,— las lágrimas llegan a mis labios y se mezclan con mi saliva,—Necesito al hombre que me apoyaba en todo... el que me defendía,—trago grueso,— Perdóname por las cosas que hice y dije, yo no quise... no fue mi intención,— niego con la cabeza,—Pero Vera... ella... 

¡No lo hagas! ¡DETENTE! 

Cierro los ojos unos segundos, ante los destellos, —Ella me hizo la cicatriz papá,— suelto refiriéndome a aquella marca que traza la parte trasera de mi cuello,—Tú lo sabías, y aún así no dijiste nada, no me defendiste,— no vine con la intención de reclamarle nada, pero los recuerdos me llevan a otro camino,—Y yo...

Mis palabras son cortadas cuando siento un movimiento bajo mi mano, mi vista se fija en ella y me doy cuenta que mi padre se ha movido, levanto mi cabeza de inmediato para mirarlo, limpio mis empañados ojos, y los suyos se mueven aún con los párpados cerrados dándome la señal de que pronto los abrirá, me remuevo en mi sitio ansiosa, presiono su mano. Lentamente sus ojos se abren dejando ver un par de orbes castaños, parpadea varias veces despertándose, mueve los ojos en todas direcciones del techo.

Líbranos del mal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora