Susurros desde las sombras de la noche

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CAPÍTULO SEIS:

Empuñé el objeto en su vientre terminando así con mi agonía; sin embargo, cuando vi a la persona frente a mí ,sentí que me había sentenciado aún más. Sus ojos bajaron hacia su estómago y luego volvió a mirarme, soltó mi nombre despacio, como pregunta, como reproche, como todo y nada.

Al darme cuenta de la situación, quité el cristal con rapidez mientras solté un sollozo incrédulo, retrocedió unos pasos tocándose el abdomen, sus ojos enrojecidos, perdidos, su boca entreabierta y seca, su rostro pálido y escéptico...

Entonces levanta la vista hacia mí y sus ojos atraviesan los míos, su rostro comienza a desfigurarse en un gesto de horror, sus ojos se tornan negros y líquido del mismo color comienza a brotar como lágrimas, una sonrisa campante se dibuja en sus labios y luego abre la boca de una manera anormal provocando que las comisuras de sus labios se estiren más de lo debido, abro los ojos y retrocedo, se acerca a mí casi corriendo y me toma por los hombros, me empuja hacia atrás y caigo al suelo.

Grito y comienzo a golpear su cuerpo para liberarme.

—¡Indira! ¡Hija!

Pataleo debajo de las sábanas, unas manos intentan controlar mis movimientos, pero no permito que me toque, mis ojos duelen por la fuerza con la que los estoy cerrando. Cubro mi rostro con mis brazos, unas firmes manos me descubren y toman mi rostro.

—¡Soy Kiera!

Abro los ojos. Mi cerebro se toma unos segundos para reconocer a la personas que se encuentra frente a mí, con el rostro denotando preocupación y desespero. Mi cuerpo, por otro lado, no obedece e intenta empujarla, pero la mujer me sostiene el rostro con firmeza.

—¡Mírame, mírame! — sacude ligeramente mi cabeza para hacerme reaccionar. Mis ojos se fijan en ella, mi cuerpo se relaja en un mínimo porcentaje.

—Kiera...

Suelto en un susurro casi inaudible e inmediatamente después la abrazo con fuerza, me aferro a su cuerpo como si fuera lo único de lo que me puedo sostener, ella me devuelve el gesto brindándome soporte. Empiezo a llorar deliberadamente, sin detenerme ni pensar en lo horrible que debo verme ni en lo ruidosa que llego a ser, mi cuerpo comienza a hipar y abro los ojos, veo a mi hermana de pie recostada en el umbral de la puerta de mi habitación, se cruza se brazos y ladea la cabeza, me sonríe apenas, vuelvo a llorar.

—Tranquila, hermana. Ya pasó, ¿está bien?

—Shh...— dice Kiera y mi hermana entorna los ojos, desenlaza sus brazos y se va.

Vera sabe todo acerca de mis pesadillas, se lo conté desde el primer día que las tuve. Hace un tiempo ya había dejado de tenerlas, ¿por qué mi mente vuelve a torturarme de esa manera? ¿qué es lo que quiere lograr con eso?

Pasan muchos minutos y sigo aferrada al cuerpo de mi madrastra. Mi cuerpo solo suelta espasmos de vez en cuando. Comienza a darme sueño, pero no me dejo vencer, no podría. Kiera me aleja de su cuerpo y me mira fijamente. Bajo la mirada y relamo mis labios, hinchados y calientes, mi nariz se encuentra tapada por lo que respiro por la boca.

Giro mi cabeza observando el soporte, y es entonces que me doy cuenta que estamos en el suelo con mis sábanas tendidas y desordenadas, me apresuro a levantarme y recoger.

—Discúlpame,— sorbo por mi nariz.

—No, querida, no te disculpes.

Me ayuda a tender la cama, y cuando terminamos, me atrevo a preguntarle:

—¿Cómo está mi padre?

—Está mejor,— me sonríe.—Mucho mejor.

Mis labios tiemblan de nuevo y los presiono, parpadeo y siento una lágrima deslizarse por mi mejilla. Suspiro.

Líbranos del mal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora