Misterios de ultratumba

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CAPÍTULO ONCE:

Ha pasado más de una hora y Odette ya no llora.

Hace un tiempo que no lo hace.

Solo está inmersa en un estado de pasividad total. El viento de la noche se compadece de ella y seca sus lágrimas, con su mano acaricia el cabello de su madre mientras no deja de mirarla esperando que abra los ojos, o tal vez asimilando que no lo hará jamás.

Hace unos minutos Isis nos encontró. Así que, las tres estamos en el suelo, la pelirroja jugando con su cabello y yo admirando el asfalto sin saber qué hacer o decir.

—¿Cómo pasó? ¿Qué pasó? —Me pregunta Isis en voz baja.

Debería ser yo quien le pregunte cosas a ella, pero dentro de la situación que nos envuelve, me limito a actuar el papel que me toca.

—Recuerdo que estaba corriendo... Y me detuve cuando vi a alguien en el suelo, Odette llegó justo detrás de mí. Nos dimos cuenta que era su madre.

—Vaya —Guarda su cabello detrás de su oreja, apenada—¿Y esto es todo lo que recuerdas?

—Sí —miro a Odette y vuelvo mi vista a la pelirroja—. No sabemos qué pasó ni quién lo hizo. Tal vez fue un ladrón o—

—¿Ladrones en PeersBurg? —Niega con la cabeza—Las personas tienen cosas más importantes por las que preocuparse.

Tiene razón.

Además, la señora Eva aún tiene sus pertenencias consigo.

—¿Quién pudo haberle hecho esto? —Suspiro profundamente, miro a Odette por enésima vez en la noche.

¿Qué estará pasando por su mente? ¿Qué podría decirle? ¿Debería hablar siquiera?

Jamás conocí a mi madre, ella murió al darme a luz, así que no conozco el sentimiento de pérdida materna. Y mi empatía no es suficiente para entender cómo puede sentirse Odette. Hace unos días solamente había estado en su casa, y ahora, era la última vez.

Cuando escuchamos pasos rápidos acercándose, vuelvo mi atención a la calle, alarmada. Una persona aparece por el final de un callejón, cerca a nosotras, me levanto rápidamente, asustada.

El asesino ha venido para acabar con nosotras, es lo que pienso; sin embargo, cuando veo a Eion dar un traspié y caer al suelo, viro hacia Isis.

Ella y yo intercambiamos miradas, no lo pienso y corro hacia él.

—¿Acaso estás ebrio? —Con mis manos intento levantarlo, pero pesa más de lo que creí.

Él se levanta solo.

—Me gustaría decir que tu aroma me embriaga, pero no estás usando perfume —dice con la vista fija en el suelo.

De pronto, me abraza de lado. Apoyándose en mí y soltando un gruñido de dolor.

Intento apartarlo, pero en el momento que gira el rostro hacia mí, me paralizo.

Observo, en su faz, un corte profundo que cruza su ceja y ojo izquierdos, su nariz presenta una línea de sangre por el dorso. La sangre tiñe su rostro, sus labios y su camisa, sus manos...

Me aparto bruscamente de él, asombrada.

—Mierda —se queja por mi acción, lleva una mano a su rostro para cubrir la herida de su ceja.

—No te toques —le ordeno y tomo su muñeca, deteniéndolo.

La herida sigue expulsando sangre, aunque en menor cantidad, es alarmante. Al estar frente a él, puedo notar con claridad sus heridas, su labio inferior reventado, en unos minutos, comenzará a inflamarse. Con solo ver su rostro en ese estado, creo saber el dolor que siente.

Líbranos del mal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora