Aquí las personas son títeres, y los títeres no hablan

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CAPÍTULO TRES:

Ingreso por segunda vez a la biblioteca.

Esta vez, no vengo a coger libros sin permiso, de hecho, los estoy devolviendo como buena samaritana que se supone debo ser, llego hasta el sótano, y me acerco a la recepción de la sala de lectura, preguntándome si realmente fue buena idea venir, hay demasiadas personas hoy, a comparación de ayer, me guié por la primera impresión.

—En la sala de lectura no puedes ingresar materiales de la biblioteca, — comienza a explicar una de las chicas que trabajan aquí, — Deben ser propios, pero si deseas libros de aquí, entonces ve a la sala en la que corresponda el libro.

Suelto un suspiro profundo, y le doy las gracias para luego irme a buscar un libro que necesito sobre fechas y hechos resaltantes durante la edad media. La venda que cubre la herida en mi pantorrilla me incomoda un poco al estar debajo de la tela de mi pantalón negro, pero lo ignoro.

Reviso mi celular, no tengo mensajes, ni de Vera, ni de Kiera, no he entablado conversación con ninguna, solamente lo esencial, un: "Buenos días", o un: "¿Qué hay?", fuera de ello, nada importante ni crucial. Tampoco les he contado sobre lo que pasó, lo que imaginé, ¿qué pensarían? ¿qué enloquecí?

Otra de las chicas, me pide datos sobre el libro que cogeré, y se los doy cuando ya lo tengo en mis manos, luego camino hacia el salón, y me quedo de pie unos segundos mientras busco con la mirada un asiento disponible, al cabo de un rato, lo encuentro, ubicado al final de todas las mesas casi llegando a la pared. Sujeto mi mochila con una mano, y con la otra sostengo el libro, voy al encuentro de mi futuro asiento, para mi mala suerte, cuando estoy a unos pasos, repentinamente aparece un joven y se sienta sin lugar a queja, detengo mis pasos, y maldigo interiormente.

Me alejo, y vuelvo a buscar uno que esté realmente disponible, en mi campo de visión aparece una chica pelinegra con los ojos fijos en un libro, al frente de ella noto un asiento vacío, y no entiendo el por qué una calma me invade, mis piernas se mueven hacia ella. Una vez llego, dejo mi mochila en el suelo, y recuesto mi trasero en la banca de madera, coloco el libro en la mesa, y lo abro. Levanto mi vista unos segundos, y la veo, algo de ella me atrae, la siento familiar, ¿Acaso nos hemos visto antes? ¿la conozco? ¿me conoce?

—Hola, —susurro, no recuerdo su nombre a pesar de que Isis me lo dijo ayer. Ella lentamente levanta la vista, y me mira, yergue su cuerpo y levanta ambas cejas ordenando que continúe, —Somos compañeras de trabajo en Historia.

Asiente, —Gardner me lo dijo ayer.

—¿Gardner? — cuestiono con el ceño fruncido, y bajo la voz al notar que incomodo a otras personas.

—La pelirroja, — aquella confesión aclara mis pensamientos.

Sus párpados están delineados por una fina capa de color negro con un final gatuno, me pregunto si alguna vez podré hacerme uno igual, lo he intentado y no he tenido suerte con ello, ella frunce sus labios cubiertos por un color rojo. Luego de unos segundos, cruza sus brazos sobre la mesa, y se inclina hacia mí, y pregunta:

—¿Qué estás leyendo?

Levanto el libro, dejándole ver la portada, ella suelta una risa baja, —Ya lo leí, no tiene información relevante.

Sí bueno, no es que la biblioteca tenga una infinidad de libros, los cuales, con un análisis de probabilidades, resulte que dos personas puedan, casualmente, leer el mismo libro. Entonces creo en su declaración.

—Y yo que me he demorado en encontrarlo.

Ella sonríe de lado, y busca algo en su maletín, saca un libro, y me lo ofrece, —Lee este, ya que estamos en el mismo grupo, nos será más sencillo compartir tareas.

Líbranos del mal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora