2.

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No tenía muchas cosas. Un poco de ropa. Un poco de todo. Un poco de nada.

Lo que había escrito.

La foto de sus padres y de su hermana.

Lo peor no era meterlo todo en una bolsa. Lo peor era meterse a sí misma en la vida.

Elena la observaba desde su cama, sentada, con las piernas encogidas y los brazos rodeándolas.

Tenía la barbilla escondida detrás de las rodillas, así que de su rostro solo se veían la nariz y los ojos.

Parecía que ninguna rompería el silencio.

No fue así.

-¿No tienes miedo?

Dora cerró la cremallera.

-No -dijo.

-Yo estaría cagada.

-Algún día también te tocará a ti.

-Yo no saldré.

-Yo decía lo mismo.

-Es distinto.

-Cada caso es distinto, y lo sabes.

-Deberías tratarme tú y no él -suspiró Elena.

-El doctor Rocamora es bueno.

-Eso lo dices porque te ha dado el alta.

-Lo digo porque es verdad. Hay que confiar en alguien.

-¿En un manicomio?

-En todas partes.

-Le has engañado bien -su compañera chasqueó la lengua-. Buena niña, buen
comportamiento, caritas angelicales, dulzura... Eres lista.

-¿De veras crees que le he engañado?

-Yo te oigo gemir por las noches, ¿recuerdas?

-Tengo pesadillas, como todos.

Elena la atravesó con su mirada.

Era como si de pronto se sintiese traicionada. Su amiga se iba.

-Si yo fuera tan guapa como tú, también lo habría conseguido.

-No seas tonta.

-Les caes bien a todos.

-A veces creo que me he pasado media vida aquí dentro -fue sincera.

-Guapa, guapa, guapa -insistió Elena-. A ti no te habría plantado por otra.

De vuelta al pasado. Su pasado.

-No digas eso.

-A ti no -insistió-. Ni aunque tu mejor amiga hubiera sido Miss Universo. Nacho...

-Nacho fue un cerdo, y lo sabes. Creía que ya lo habías superado.

-Me dejó porque soy vulgar.

-Elena...

-Tú eres preciosa, y yo no. Mi mejor amiga también era más guapa que yo... -empezó a
moverse hacia adelante y hacia atrás.

Dora dejó la bolsa y se sentó a su lado. Habían hablado mucho en aquellos seis meses. Las huellas en las muñecas de Elena eran mucho más visibles que las de su alma, pero las de su alma seguían sangrando, sin cicatrizar.

-Elena, cálmate.

La chica dejó de moverse.

-Estás deprimida porque me voy, eso es todo -mantuvo la distancia sin rebasar los límites que las separaban.

-A saber a quién me meterán -señaló la cama, ya vacía, con la bolsa encima.

-Una nueva, y tú serás la veterana que la ayudará.

-Otra loca.

-No estamos locas.

-Si quisimos matarnos, es que estamos locas.

-¿Quieres que me quede?

-¿Lo harías? -se sorprendió.

-Podría intentarlo.

-El doctor Rocamora no te dejará.

-Entonces vendré a verte.

-¡No!

-¿Por qué?

-¿Por qué habrías de volver aquí? ¡Ni se te ocurra!

-Pues cuando salgas nos iremos de marcha.

Volvió el silencio.

Un puñado de segundos.

-Tú vas a enfrentarte al vacío -dijo Elena despacio-. Ellos no están. La ausencia es más soportable -parecía al borde del desequilibrio-. Nacho, en cambio, sigue allí, en mi mismo rellano, puerta con puerta, ventana con ventana. Sigue allí, ahora con ella, viviendo juntos. ¿Cómo voy a volver a mi casa? Tú has de llenar tu mundo, Dora. Yo no sé cómo vaciar el mío. Le sigo queriendo a él y la sigo odiando a ella.

-Cálmate.

-Estoy calmada, ¿no lo ves? -endureció el gesto-. No quiero que vengan las focas con sus malditas pastillas. No quiero que me dejen robotizada. He descubierto que el dolor alienta la rabia.

-No se puede vivir con rabia.

-Al contrario: la rabia es lo único que te permite vivir.

-Vamos, Elena, por favor.

-Vete, va.

-No me hagas eso.

-¿Hacerte qué?

-No puedo dejarte así.

-¿Qué quieres, una fiesta?

-Déjame que te abrace.

-No.

-Una sola vez, hoy.

-No -se echó un poco hacia atrás.

-Sería un paso...

-Nadie va a tocarme -apretó las mandíbulas.

El último había sido él, Nacho, su novio, el amor de su vida.

-¿Ni siquiera un beso en la mejilla?

Elena no se movió. Su expresión, el doloroso vacío de su mirada, lo dijo todo. Antes de que Dora pudiera agregar algo más, se abrió la puerta de la habitación. La enfermera jefe, Augusta, asomó la cabeza.

-¿Estás lista? -se dirigió a ella.

-Sí.

-Entonces vamos. Te acompañaré.

Dora se incorporó. Desplazó una mano hasta que sus dedos quedaron apenas a unos centímetros de la cabeza de su compañera. No llegó a tocarla. Fue una caricia sin contacto. Una despedida extraña.

-Cuídate -le susurró.

Elena hundió los ojos en el suelo.

No hubo más.

Dora recogió la bolsa y cruzó aquel espacio que había sido su mundo en los últimos meses.

Pasó junto a la enfermera jefe, la foca mayor, como la llamaban las pacientes del pabellón, y ya no volvió la vista atrás.

La puerta se cerró a su espalda con cierto estruendo, y luego sus pasos resonaron por el pasillo vacío.

El pasillo de los pasos perdidos.

Quizás mañana la palabra amor...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora