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El viaje de regreso fue incómodo, con las dos cajas sujetas bajo sus brazos, una a cada lado, sin
poder agarrarse a él y guardando el equilibrio sobre la moto. Hilario condujo muy despacio, tanto
que tardaron el doble de lo normal. Cuando llegaron a casa del abuelo y pusieron pie en tierra, el
chico le cogió las cajas liberándola de su peso. Dora estiró los brazos.
Todavía era temprano. Subieron al piso y se encontraron a su abuelo dormitando una vez más,
aunque ahora no delante del televisor, sino con un libro caído sobre el regazo. Dora lo recogió. Le
miró con ternura. Ver envejecer a padres o abuelos es como ver el propio destino. No hicieron ruido
y se refugiaron en la habitación de ella. Hilario dejó finalmente las cajas.
Fue la chica la que rompió el silencio mantenido desde que abandonaron el piso con su carga.
-Gracias.
-No hay de qué. Debería dártelas yo a ti por llamarme para que te ayudara.
-No seas tonto.
-De verdad. Que hayas pensado en mí...
-No tenía a nadie más -intentó ser dura.
Hilario sostuvo su mirada hasta que ella se rindió.
-¿Quieres que haga algo más?
-No, no.
-¿Quieres dar un paseo, salir a cenar...?
Dora lo consideró. Las escenas de su piso revoloteaban sin orden en su mente, imprecisas y
cargadas de sensaciones. El ataque de pánico, el miedo, la espiral de angustia, el vómito y
finalmente...
El beso.
Ella le había besado.
Aunque para el caso era lo mismo, porque vio la llamada en sus ojos.
-Quiero pedirte perdón -mantuvo la calma.
-¿Por qué?
-Ha sido un arrebato. Lo siento. Necesitaba... Bueno, no sé lo que necesitaba -fue sincera-.
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Quizás mañana la palabra amor...
RomanceTodos los días nos cruzamos con gente a la que seguramente no volvamos a ver jamás. Pero ¿qué pasa si volvemos a encontrarnos? Dora escucha cómo las puertas del psiquiátrico se cierran tras ella. Sabe que todavía está en la cuerda floja, como le rec...