Durante los primeros segundos de aquel torbellino de adrenalina y decibelios que se desparramó por
encima de las cabezas de los asistentes, Dora tuvo un shock.
Gritos, música, felicidad.
Siempre supo que la vida, al otro lado de los muros del sanatorio, seguía y seguía. Ahora volvía
a formar parte de ella. Primero se quedó aplastada en la silla, ya que el grupo estaba casi encima y el
sonido era muy fuerte. Después paseó la mirada a su alrededor y vio las caras de los que la
rodeaban.
Caras de libertad.
De no haber estado nunca en un manicomio.
O tal vez sí, ¿cómo saberlo? Pero esa era su noche.
Hilario le guiñó un ojo.
Los Minibar eran buenos, sonaban bien, tenían imagen. El cantante era resultón, se abalanzaba
sobre el micrófono como si quisiera comérselo; el batería, con el torso desnudo, machacaba platos y
tambores con denuedo; el bajo tocaba con los ojos cerrados, buscando concentración; el guitarra de
ritmo intentaba moverse sin apenas conseguirlo; pero la verdadera estrella era el guitarra solista,
Roger. No necesitaba mucho para hacerse notar. Buena digitación, sonido claro y espectacularidad
ya con el rif de su primer solo. Por si eso fuera poco, era más que guapo.
Y lo sabía.
Vaya si lo sabía.
El primer tema era tremendo, impactante, para dejar bien claro por dónde iban los tiros. La base
rítmica lo mantuvo en alto y la voz se explayó a gusto. El segundo solo de guitarra al final lo clavó.
Hubo un primer clamor de aplausos.
Y, cosa rara, antes de comenzar la segunda canción, el cantante anunció:
-Este tema lo compuso un buen colega que está aquí esta noche. Se llama Hilario -soltó una
risa maliciosa y aclaró-: Él, no la canción.
La guitarra de Roger comenzó a disparar notas.
Le siguió el ritmo, menos feroz que el anterior
Dora miró a su compañero. Este fingió humildad.
-¡Me has traído para lucirte! -le gritó Dora al oído.
Mantuvieron sus sonrisas mientras prestaban atención a lo que sucedía en el pequeño escenario,
donde el grupo, dada su angostura, formaba un compacto bloque humano. Si en lugar de llevar un
guitarra de ritmo hubieran tenido teclados, probablemente no habrían cabido. La batería ya se lo
comía casi todo.
Dora prestó atención a la letra.
Nos gustamos aprisa,
sintiendo.
Nos amamos aprisa,
temiendo.
Nos entregamos aprisa,
queriendo. Amanecimos despacio,
callando.
Nos vestimos despacio,
recordando.
Nos marchamos despacio,
lamentando.El que había escrito aquello estaba sentado a su lado.
Intentó no volver a mirarle, concentrarse en la interpretación. Le costó un poco. Hilario estaba
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Quizás mañana la palabra amor...
Storie d'amoreTodos los días nos cruzamos con gente a la que seguramente no volvamos a ver jamás. Pero ¿qué pasa si volvemos a encontrarnos? Dora escucha cómo las puertas del psiquiátrico se cierran tras ella. Sabe que todavía está en la cuerda floja, como le rec...