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Fue la primera en bajar de la moto y quitarse el casco. Se lo colgó del brazo sin dejar de sujetar los
cartones con los que iban a hacer las cajas que pudieran necesitar. Hilario se apeó a continuación y
esperó que ella tomara la iniciativa.
-Por favor, ve a mirar si está la portera -le pidió Dora.
Obedeció sin abrir la boca. De hecho, aunque la misión fuese de alto riesgo, flotaba en un
maravilloso limbo desde el mismo instante en que ella le había llamado para pedirle que la
acompañara.
Ni siquiera preguntó por qué él.
Dora le vio asomarse a la portería.
Le hizo una seña.
Todo despejado.
Bajó la cabeza, entró en el portal sin levantarla, se metieron juntos en el ascensor y dejó que
Hilario pulsara el botón del tercer piso.
Subieron en silencio.
Y en silencio se apearon, cerraron las puertas y ella abrió con su llave.
El corazón a mil.
Las piernas al borde del colapso, incapaces de sostenerla.
La cabeza en blanco.
Desde la entrada, miró hacia dentro. Su casa. Su ya vacía casa. Había salido de allí con la
llamada de la policía aquella noche; el abuelo la llevó con él después del entierro, y eso había sido
todo.
Si se hubiera intentado quitar la vida allí, sola, estaría muerta.
Pero lo hizo con el abuelo tan cerca...
Tuvo que hablar, romper aquel silencio enorme.
-Parece que nunca me haya ido -susurró.
Sí, volvía a casa después de un largo, muy largo fin de semana. Su padre estaría trabajando; su
madre, leyendo; Ana, en su habitación con el ordenador o escuchando música.
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Quizás mañana la palabra amor...
RomanceTodos los días nos cruzamos con gente a la que seguramente no volvamos a ver jamás. Pero ¿qué pasa si volvemos a encontrarnos? Dora escucha cómo las puertas del psiquiátrico se cierran tras ella. Sabe que todavía está en la cuerda floja, como le rec...