Hilario intentó reconocer al hombre reflejado en el espejo del cuarto de baño.
Tenía sus mismos rasgos, su cabello, su forma, y se movía al compás que lo hacía él, pero la distancia que los separaba era como la de la Tierra a la Luna. O más. Como la de la Tierra al Sol.Distancia emocional tanto como física.
-Déjalo.
El del espejo repitió la palabra.-No sigas. Déjalo ahora que estás a tiempo.
¿Quién le hablaba a quién?-Alguien saldrá herido. Si eres tú, malo. Pero si es ella... Peor.
Mil veces peor.-No tiene por qué saberlo nunca.
¿Podía vivirse en silencio? ¿Y con una mentira? ¿Qué clase de vida, o de esperanza, se forjaba a caballo de un secreto como aquel?
Aunque saliera bien, seguía estando Marcial.-Mierda... -bajó la cabeza.
Primero había sido culpa, después piedad, ahora... El día del cementerio fue el principio.
Continuó con su abuelo. El amor había estallado después, igual que una fruta en primavera, en medio de ambos momentos. Pudo ser un sueño, un efecto secundario tras la tragedia. Su imagen solitaria y desvalida en el cementerio. Pudo serlo, sí, pero ya no. Tras conocerla y sentir lo que sentía.Amor.
Extraña palabra cuando nacía del dolor.
-El loco eres tú -se aferró al lavamanos.
Amor, ¿así de fácil?
¿No sería el lazo intangible de la deuda, de sentirse prisionero de lo sucedido?No quiso seguir frente al espejo. Abandonó el cuarto de baño sin mirarse por última vez y regresó a su habitación para vestirse. Se puso una camiseta limpia y los vaqueros del día anterior.
Cuando buscó calcetines, no encontró ninguno y torció el gesto.
No le gustaba usar los de Marcial. No le gustaba tocar nada de Marcial. Pero fue a su habitación y abrió el cajón superior de la cómoda, dispuesto a coger un par de los suyos.
Entonces la vio.
La pistola.
Allí, como si tal cosa, sin siquiera esconderla bajo la ropa.
Un arma en casa.
Sintió una rabia que lo llevó al paroxismo. No la tocó. Ni quiso mirarla más allá de los cinco
segundos iniciales debidos a la sorpresa. Cerró el cajón sin coger lo que había ido a buscar y, con
los puños apretados, salió de aquel espacio súbitamente pútrido.
El pasillo, la casa entera, se convirtió en una cárcel.Se movía angustiado. Su madre dormía. No despertaba hasta mediodía. Luego empezaba a beber
y a fumar. Bueno, fumar también lo hacía en la cama. Las sábanas, las mantas y el edredón de invierno también estaban llenos de agujeros y quemaduras.Cuando se parapetó de nuevo en su habitación, sintió algo muy oscuro.
Aquella no era su casa.
No desde aquella maldita noche.
No se puso calcetines. Se calzó las zapatillas y, poseído por la rabia, abandonó el piso en busca de aire fresco.
El sol le golpeó el rostro.
-Es culpa tuya -murmuró para sí mismo, inmóvil por un instante-. ¿Cuánto llevas así, bloqueado? ¿Cuándo esperabas reaccionar, imbécil? Nunca preguntas de dónde sale el dinero, ni si Marcial aún trabaja en el taller mecánico, ni si la pensión de mamá da para... -la impotencia le hizo daño-. ¿Por qué no creces de una vez? Ya no eres aquel crío.
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Quizás mañana la palabra amor...
RomanceTodos los días nos cruzamos con gente a la que seguramente no volvamos a ver jamás. Pero ¿qué pasa si volvemos a encontrarnos? Dora escucha cómo las puertas del psiquiátrico se cierran tras ella. Sabe que todavía está en la cuerda floja, como le rec...