30.

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Miró la hora por enésima vez en los últimos diez minutos.


Las manecillas parecían no moverse.


Salió de su habitación, como el tigre sale de su jaula, y fue a la sala. Su abuelo leía una novela y


no levantó la vista al verla pasar, así que se asomó a la ventana tranquilamente sin que le preguntara


nada.


La calle seguía vacía.


Ni rastro de él o de su moto.


No supo qué hacer, así que regresó a su habitación.


Cinco, diez minutos más.


Hasta que sonó su móvil.


Se abalanzó sobre el aparato y ni siquiera se fijó en el número del que llamaba. Abrió la línea


antes de que muriera el segundo zumbido.


-¿Sí?


-¿Dora?


Reconoció la voz de Enrique Urbizu, su tutor.


Por una parte, el desaliento. Por la otra...


-Hola, profesor.


-Tengo buenas noticias para ti. Cuando puedas te pasas, ¿vale?


-¿Quiere decir que...?


-Sí. Haremos lo que te dije. Y ponte las pilas, porque es una verdadera oportunidad. No


vamos a ser condescendientes. O apruebas en septiembre, o repites curso.


No iba a repetir. Era todo o nada.


-Gracias, de verdad.


-Te espero. ¿Puedes venir esta mañana?


Volvió a mirar la hora.


-Dentro de un rato -dijo insegura.


-Bueno, o si no por la tarde. Pero mejor cuanto antes. Cada día cuenta.


-Lo sé.


-Un beso, cariño.


«Un beso, cariño». Su tutor. Alucinante. Jamás la había tratado así, y menos después de


Quizás mañana la palabra amor...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora