Miró la hora por enésima vez en los últimos diez minutos.
Las manecillas parecían no moverse.
Salió de su habitación, como el tigre sale de su jaula, y fue a la sala. Su abuelo leía una novela y
no levantó la vista al verla pasar, así que se asomó a la ventana tranquilamente sin que le preguntara
nada.
La calle seguía vacía.
Ni rastro de él o de su moto.
No supo qué hacer, así que regresó a su habitación.
Cinco, diez minutos más.
Hasta que sonó su móvil.
Se abalanzó sobre el aparato y ni siquiera se fijó en el número del que llamaba. Abrió la línea
antes de que muriera el segundo zumbido.
-¿Sí?
-¿Dora?
Reconoció la voz de Enrique Urbizu, su tutor.
Por una parte, el desaliento. Por la otra...
-Hola, profesor.
-Tengo buenas noticias para ti. Cuando puedas te pasas, ¿vale?
-¿Quiere decir que...?
-Sí. Haremos lo que te dije. Y ponte las pilas, porque es una verdadera oportunidad. No
vamos a ser condescendientes. O apruebas en septiembre, o repites curso.
No iba a repetir. Era todo o nada.
-Gracias, de verdad.
-Te espero. ¿Puedes venir esta mañana?
Volvió a mirar la hora.
-Dentro de un rato -dijo insegura.
-Bueno, o si no por la tarde. Pero mejor cuanto antes. Cada día cuenta.
-Lo sé.
-Un beso, cariño.
«Un beso, cariño». Su tutor. Alucinante. Jamás la había tratado así, y menos después de
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Quizás mañana la palabra amor...
RomanceTodos los días nos cruzamos con gente a la que seguramente no volvamos a ver jamás. Pero ¿qué pasa si volvemos a encontrarnos? Dora escucha cómo las puertas del psiquiátrico se cierran tras ella. Sabe que todavía está en la cuerda floja, como le rec...