11.

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Constantino Matas se incorporó sujetándose fuertemente con los brazos y dio media docena de pasos

manteniendo el equilibrio. Estaba ya en mitad de la sala cuando apareció Hilario.

-¿Pero qué hace, hombre?

-¿Yo? Nada.

-¡A ver si se cae y tenemos un disgusto!

-¡Qué voy a caerme, si ya me aguanto perfectamente!

-Cuando esté solo, haga lo que le dé la gana, y si se la pega, allá usted. Pero cuando esté yo,

me lo dice y le controlo, que para eso vengo.

-Eres peor que una esposa.

-Mire que tiene mala leche -consideró Hilario.

-¿Qué he dicho?

-Venga, vuelva a la silla.

-El médico me dijo que cada día practicara un poco, para que los músculos vayan

recuperándose.

-¿Bajamos a la calle y nos pegamos unas carreras?

-No será por falta de ganas.

-Venga, no se ponga de mala gaita.

-Ya se nota que tienes pocos años, ya.

-¿Le ayudo?

-¡No!

Paso a paso, despacio, regresó a la silla de ruedas. Para sentarse tuvo que girar el cuerpo y

sostenerse con dificultad. Hilario se mantuvo pendiente.

El abuelo de Dora aterrizó felizmente en la silla.

-¿Cansado?

-Y pensar que jugaba cuatro partidos de fútbol en un día...

-¿Jugaba al fútbol?

-Muy bien.

-¿De qué?

-Delantero. Bueno, interior izquierdo. Llevaba el 10. Ahora se lo dan a la estrella del equipo,

pero cuando yo era joven la numeración iba correlativa, y se jugaba con cinco delanteros, del 7 al

11. El 7 era el extremo derecho, el 8 el interior derecho, el 9 el delantero centro, el 10 el interior

izquierdo, y el 11 el extremo izquierdo. Los extremos eran rápidos como centellas y desbordaban por

la banda, el delantero centro marcaba los goles, y los interiores enlazaban con ellos y con los dos

medios. Pero yo fui un interior goleador.

-¿Cuándo lo dejó?

-Me rompieron la rodilla. Eso que ahora llaman la tríada. Entonces lo dejé. No iba a operarme

y estar un año parado entre una cosa y otra, que había que trabajar. Me gustaba el fútbol, pero

tampoco era lo mío.

-¿Tampoco?

-Yo quería ser escritor.

-¿En serio?

-Sí, ¿por qué?

-No le veo de escritor.

-Pues eso mismo, que nadie me veía, ni mi padre ni... Bueno, nadie. Encima eran otros

tiempos, la maldita y larga posguerra...

El anciano se sumió en sus recuerdos.

Sus pupilas chisporrotearon.

Quizás mañana la palabra amor...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora