1. Algo frío, no, bastante frío.

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Capitulo 1: Algo frío, no, bastante frío.





Recostado en el espaldar del asiento me disponía a dejar escapar el aburrimiento. Hoy el trabajo estaba muy aburrido, sin casi nada que hacer, no como otros días en los que se encontraba muy ajetreado y congestionado. Gente corriendo por acá por allá, todo un lío.

Suspiré con pesadez cerrando los ojos.

Sentí cosas caer en mi cara, abrí los ojos y me encontré a Mateo lanzándome bolitas de papel desde su puesto.

— La señora de la limpieza ya te hizo un reporte por dejar tu estancia sucia, ahora lo haces con el mío. ¿Querés que nos despidan, idiota? —me enderece en el asiento, mirándolo fingiendo estar enojado.

— No creo, seguro le lanzás unas miraditas a Oliva y no nos pasa nada.

— Cállate, pelotudo —desvíe la mirada percibiendo mi propio sonrojo.

— Una meneadita de cintura, le guiñás el ojo, te subís a su escritorio...—imitaba cada cosa que decía.

— ¡¿Podés callarte ya?!

Sin que lo dos estuviésemos concientes de ello el director del despacho estaba parado justo frente a nosotros, observando silenciosamente.

Automáticamente y casi sincronizados corregimos nuestra postura en el asiento.

Vainstein — se acercó lentamente a mí, al estar completamente cerca arrojo unos papeles en el escritorio —. Llévale estos documentos al Sr. Oliva, que los firme cuanto antes y me los haga llegar.

Asentí para luego pararme he ir camino al ascensor.

— Espera — volteé —. Infórmale que Mariana manda a decir que lo va ha esperar.

Asentí de nuevo rodando los ojos.

Aquella melodía que transmitía el elevador lograba calmarme los nervios. Es que, el, yo, totalmente solos, sin nadie de por medio...

— ¡Demonios! — al acabar la palabra, las puertas del ascensor se abrieron, del otro lado estaban dos chicos platicando, sin darse cuenta de mi presencia inoportuna.

Les pase por un lado sin importar sus gestos de confusión hacía mí.

Los papeles se arrugaban en mis dedos, temblaba ligeramente, le gritaba una y otra vez a mi cabeza que no lo arruinara de alguna forma.

Al estar frente a esa puerta que me hacía ver sumamente chiquito. Ensaye la forma en la que iba a tocar, no muy fuerte, pero tampoco ligero. Una vez ya seguro de como lo iba a hacer, procedí a tocar.

Escuché su voz muy bajita a través de la puerta.

Agarre el picaporte inseguro, lo gire lentamente y entre por completo.

Ni se inmutó de mi entrada.

— ¿Qué se le ofrece? — habló, con voz autoritaria sin despegar la vista de la computadora.

— El Sr. Paredes me mandó a hacerle entrega de estos documentos, que se los firme y se los haga llegar cuanto antes — una sonrisa se formó en mis labios por haber tenido el valor de hablar frente a él sin trabarme, ni ponerme nervioso.

Sostuve los papeles con cuidado y los dejé en su escritorio con delicadeza.

Dado por finalizado el encuentro, me giré dispuesto a salir de allí.

A mitad de camino recordé lo otro.

— Ah. Manda a decir la Señorita Mariana que lo esperara hasta que termine su turno laboral — estaba súper orgulloso de mí.

Termine de decir para continuar caminando hacia la puerta.

— ¿Por qué te vas? ¿No necesitan los papeles pronto? Espera un momento, ya te los doy — por fin dirigió su mirada en mi dirección.

Continuó con sus tareas laborales. El ambiente se volvió denso e incómodo, o bueno así lo percibía yo. Él por el contrario parecía sumerjo en sus pensamientos, restándole importancia a lo demás, era casi como si estuviera en su propio mundo... Su propia burbuja.

— ¿La querés? — la pregunta salió de mi garganta sin ningún permiso ni conciencia.

Seguro no comprendió a lo que me refería, tal vez ni escucho.

— Le tengo aprecio — corrigió, apuntando unas cosas en una libreta.

Sentí la parte baja de mi estómago apretarse, dando inicio a una punzada de puros celos.

— Hacen bonita pareja — me tragué mis celos fingiendo indiferencia.

— No somos novios.

Una parte de mi se sintió muy avergonzada, pero la otra chillaba de alegría.

—Oh, lo siento. No sabía que...

Me calle al ver como se enderezaba y colocaba ambos codos encima del escritorio, mirándome fijamente.

— Tener una pareja requiere mucho compromiso, dedicación y tiempo, el cuál solo quiero invertir en la compañía — concluyó con su típico tono duró e inigualablemente frío.

— Se pueden hacer ambas cosas.

Curvó sus labios en una media sonrisa, llena de pura arrogancia.

— Desconcentración.

— Si tenés bien claro en tu cabeza la diferencia, difícilmente podrías desconcentrarte — me atreví a acercarme un poco.

— Aunque tengas el cerebro más inteligente e integrado de todos, jamás podrías separar el ámbito laboral con el personal — dijo obvio —. El amor trae problemas y sentimientos que conllevan a la distracción.

— ¿Y por qué la gente lo anhela y busca tanto? — pregunte impaciente.

— Porque ven a su alrededor a personas felices.

— Exacto, al ver a las personas felices automáticamente hace que quieran lo mismo.

— Envidia -—rió —. No pueden ver a personas siendo felices, porque ya ellos quieren serlo. Buscar impacientemente el amor no funciona, siempre tiende a arruinarlo. Si todavía no ha llegado lo tuyo es por algo, ¿no? Me parece estúpido el hecho de buscarlo desesperadamente, solo espera y ya. El amor te consume y te hace dependiente de ello — concluyó con alturismo.

No podría estar más equivocado.

— Pero... — antes de poder concluir mi oración, levantó la mano dándome a entender que quería que callara.

— No me contradigas de nuevo, ya lo permití una vez, no volverá a pasar — suspiro y volvió a lo suyo en la computadora.

— No siempre podés tener la razón.

Paro de teclear y dirigió la mirada lentamente hacia mí, haciéndome inmutar en el sitio.

— Me gusta tenerla — dijo ronco.

Me miró por segundos que a mi parecer se hicieron infinitos, escrutandome con esos ojos azules tan brillantes y causantes de varios de mis delirios más profundos.

Paso la mano por su cabello de manera que me pareció extremadamente seductora y perfecta. Volvió su atención a los papeles antes dados, los revisó rápido y los firmo.

Extendió la mano con los documentos sin decir nada.

— Gracias — los recibí rápidamente para ahora sí irme.

Atravesé esa puerta con más seguridad y confianza que la primera vez, sintiéndome bien. Tenía una felicidad inexplicable, pero que sabía quien la provocada.







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