19. Cold and Heat. (Epílogo)

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Capítulo 19: Cold and Heat.








Flasback.

Manuel Vainstein, ¿acepta a Valentín Oliva como su esposo?

Lo mire. En cuestión de segundos todo lo que habíamos vivido me recorrió rápido la mente, recordándome por qué estaba con él en esta situación.

– Sí.

Algunos silbidos y sonidos de teléfonos tomando fotos se oyeron de fondo, pero sólo podía concentrarme en él y mi propia persona.

Valentín Oliva, ¿acepta a Manuel Vainstein como su esposo?

Soltó aire sonriendo. En ese momento tuve un mini pánico al pensar que su respuesta no sería afirmativa y que se había arrepentido de todo.

– Sí – musitó en un hilito de voz. Sólo los que estábamos cerca escuchamos.

“¿Qué dijo?” se oyó por ahí.

– ¡Qué sí, estúpido sordo! – grito Mateo con burla, a lo que todos reímos –. Puede continuar – dijo al reverendo Luis.

El mismo padre soltó una pequeña risa. Carraspeó.

Una lágrima bajo por mi mejilla, ¿y Valentín?... Bueno, él si estaba hecho un mar de lágrimas.

– Por el poder que me otorga la ley, los declaro marido y hombre. Puede besar al novio.

Sin pensarlo mucho me lancé contra él, besándolo y respondió gustosamente, con sollozos de por medio.

– ¡Damas y caballeros, les presento al señor y señor Oliva!

Nos separamos y reímos por lo raro que había sonado eso.

Lo logré.
Logré conocerlo, gustarle, enamorarnos, querernos, amarnos... Logré todo lo que quería con él.

Por favor, que esto no sea un sueño, y si lo es ruego que no me despierten jamás. Lo pido.

End of flasback.

Sonreí ante el hermoso recuerdo de ese día tan especial. Siempre quedaría en mi memoria.

Acaricie el anillo que tenía en mi dedo anular, y trace con la yema del dedo las palabras que tenía grabadas. «Cold and Heat».

«Frío y calor».

¡Tengo una pequeña sorpresa, mi amor! – escuché a Valentín gritar desde la planta baja.

¿Qué será? Seguro quiere que baje, nah, estoy muy cómodo acá, que él suba.

– ¡¿Dios, en serio te da tanta paja bajar?! – dijo en voz consternada como si ya supiera que no lo iba a hacer.

– ¡Sí!

Pude oír el tremendo bufido que soltó y después los pasos por las escaleras.

Tocó la puerta, ¿para qué toca?

– Cierra los ojos – dijo con voz melodiosa del otro lado de la puerta.

A petición suya lo hice. Sin negarme.

– ¿Los tenés cerrados?

– Sí, cielo – hablé lo suficientemente alto para que oyera.

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