18. Vos y yo contra los pajeros. (Final)

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Capítulo 18: Vos y yo contra los pajeros.







Quedamos exhaustos.
Uff.

Mi pecho subía y bajaba. Me concentraba en tratar de regular mi respiración, la cuál estaba errática.

– Te voy a despedir por cojer en el trabajo, zángano – dijo en un estado igual o peor que el mío.

– Cojí con vos. ¿No dicen que el jefe debe dar el ejemplo? El zángano es otro – sonreí triunfante.

A duras penas me levanté del escritorio, sentándome con las piernas colgando.
Estaba todo hecho un desastre, los papeles que estaban en el escritorio yacían ahora en el suelo.
Pobre del que limpie eso.

Garchar en el escritorio de la oficina del jefe, y además con el jefe, ¿algo mejor?

Valentín estaba acostado en el piso, boca abajo. Su ropa estaba toda arrugada. Su saco se encontraba tirado por ahí, así que sólo tenía su camisa toda desarreglada y su pantalón, el cuál estaba un poco abajo, dejando ver la liga de sus bóxer.

Fue una linda vista.

Al sentir mi mirada se giró quedando ahora boca arriba con una sonrisa en sus labios.

– ¿Qué hacés ahí? ¿Está cansando el viejito? ¿No me diga que una pequeña cojida lo cansa tanto? – dije con notable sarcasmo.

– El piso está frío, es rico – volvió a voltearse frotando su mejilla contra el suelo frío –. Si eso es una “pequeña cojida” imagínate la grande – concluyó.

Suspiré y me puse nervioso de sólo pensarlo. Todavía no me acostumbraba, aunque me encantaba.

– Dale, párate de ahí – parecía que hasta se iba a quedar dormido.

– No. Vení acá conmigo, bebé.

Me hice el que estaba en desacuerdo, pero al final me acosté junto a él en el piso. Era cómodo una vez allí.

– Casi tan frío como vos, Valu– bromee.

Abrió los ojos indignado mientras tocaba su pecho dramáticamente.
Al momento puso una cara malévola, y no supe de qué se trataba.

Sin que yo pudiera pensar más, se puso encima de mí y sonriendo ampliamente me empezó a hacer cosquillas en cualquier lugar que se le ocurriera.
Sabe que soy sensible a ellas.

– ¡Va- a- leen- tín! ¡Pa-a- rá!

Sólo escuchaba como se reía de su acto, mientras yo me retorcía de risa y algo de dolor por las carcajadas.

– ¡Por- por favor! – reí.

Paró abruptamente, concediendome por fin respirar en paz, pero rápido se fue ese respiro al notar la cercanía de su rostro.

Dejo un suave beso en mi sien, otro el la punta de mi nariz, uno en cada mejilla, el siguiente en mi mentón, después dejó uno en mi mandíbula. En el último lugar nombrado dejo sus labios más tiempo pegados contra mi piel; disfrutando la suavidad.

– Y otro en el lugar que más me gusta– dijo, para luego besar con extrema ternura mis labios.

Me derretí.

Pero siempre algo tiene que arruinar el momento lindo.

Teléfono sonando.

Pareciera que saben justo el momento en el que se ha creado una hermosa intimidad e interrumpen.

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